Guatemala ha sido un país de caudillos y prueba de ello fue la trayectoria del Alcalde y ex Presidente de la República Álvaro Arzú fallecido ayer tras sufrir un infarto mientras jugaba golf, puesto que en las circunstancias actuales que se viven en Guatemala fue él quien logró darle forma a las fuerzas que se han integrado para contener el trabajo realizado por la Comisión Internacional Contra la Impunidad y el Ministerio Público para preservar el sistema político que tiene Guatemala y en el que él pudo preservar su poder como jefe del ayuntamiento durante décadas.

Y la muerte de todo caudillo siempre impacta a los países sobre los que han ejercido su influencia, pero mucho más cuando el deceso se produce en plena batalla por el futuro como está sucediendo actualmente en Guatemala. Sin exageraciones se puede decir que la alianza que logró conformar con Morales, el Legislativo y el poder Judicial, además de las otras fuerzas que desde el mismo Zavala operan con vigor e intensidad, ha perdido al más valioso de sus actores y al verdadero poder tras el trono en esta encrucijada que se viene produciendo sin desenlace alrededor del tema de un sistema político cooptado por vicios que convirtieron a la democracia en una vil pistocracia.

Morales no tiene el liderazgo que tenía Álvaro Arzú ni hay en el horizonte alguien que pueda llenar el vacío que deja. La mayoría de sus allegados fueron siempre personas acostumbradas a trabajar bajo sus órdenes, como ocurre con todos los caudillos, y al perder la guía férrea que los mantuvo unidos no se perfila un liderazgo capaz de tomar la estafeta con la misma influencia y determinación. Por lógica y jerarquía correspondería a Jimmy Morales asumir ese papel de conductor de la nave, pero ya demostró sus dificultades y carencias, lo que sin duda tendrá efectos y consecuencias en el corto plazo.

Deja Arzú, sin embargo, algunas piezas en el Ejecutivo que seguirán con el plan que se habían trazado para contener el esfuerzo ciudadano para transformar al país y establecer una democracia real en la que se devuelva la soberanía al pueblo, esa soberanía que fue marginada porque fueron los financistas de campaña los que efectivamente se convirtieron en mandantes de políticos que, a sabiendas, se vendieron desde antes de llegar al poder.

No se puede dejar de reconocer la importancia de Arzú en la política nacional, y la mejor prueba es que su muerte deja como huérfano, nada más y nada menos, que al mismo Presidente de la República.

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