Adrián Zapata
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Integrantes de las supercúpulas empresariales comparecieron públicamente la semana pasada para aceptar sus culpas en el financiamiento ilícito al partido oficial y pedir perdón por ello.
No fue espontáneo su gesto. En la víspera, el MP y la CICIG habían expuesto públicamente las investigaciones que los involucraban, contando para el efecto con la colaboración de algunos de los implicados. Una vez más ambas instituciones contribuyen a construir cimientos para fortalecer al Estado y desarrollar la democracia.
Las conductas evidenciadas y aceptadas por los perpetradores son graves, porque expresan el cáncer de la democracia, relacionado con la compra de la voluntad de los políticos mediante el financiamiento electoral. Estas situaciones no son nada novedosas, no sólo en Guatemala, sino que en general en las “democracias”. La mercantilización de la política es su Leviatán, que termina por deglutir la democracia.
Y en un país como el nuestro, donde la concentración de la riqueza es tan grosera y la pobreza tan generalizada, los sectores empresariales que cooptan, vía financiamiento electoral, incluso aunque no fuera ilícito, a los partidos, terminan siendo plenamente oligárquicos, porque llegan a concentrar el poder económico y el político.
Está claro ahora que los empresarios contribuyeron sustancialmente a construir una propuesta política de fantasía. Ante las opciones nebulosas de Manuel Baldizón y Sandra Torres, prefirieron apostarle a un cómico televisivo.
Se evidencia también que los poderes paralelos no son sólo los criminales, sino que también los legales, quienes, con esta práctica nefasta, pueden cooptar la gestión del Estado vía la compra de la política, la cual se pervierte al perder la autonomía que le debería ser inherente para poder gobernar orientada hacia el fin supremo estatal que establece la Constitución: la búsqueda del bien común.
Pero dicho lo anterior, vale la pena analizar con objetividad, realismo, positivismo y con visión constructiva y de futuro, este acto de contrición empresarial.
Mi opinión es valorativa del gesto empresarial, por perversa que haya sido su conducta. Poner la cara, como dijeron, fue lo acertado y la única actitud digna que podían asumir, hasta donde pueda caber esta calificación; y eso hicieron.
Pero lo más importante de la contrición es el “espíritu de enmienda”. Ellos reconocieron una práctica inveterada, ya que mediante el financiamiento electoral los empresarios tradicionalmente ponían presidentes. Ahora a la petición de perdón agregan el compromiso de que no se repetirán estas prácticas siniestras. Y eso es lo más significativo. Entienden así que Guatemala está cambiando y que los empresarios también tienen que cambiar, en esta arena política y en otras. Ojalá sea el inicio de ese cambio, que vayan más allá de no financiar ilícitamente a los políticos, que entiendan que no son dueños del país, que no puede haber empresarios exitosos en sociedades devastadas por la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Que su conducta de ahora sea el inicio de la construcción de una clase empresarial con visión nacional, social hasta donde puedan.
Ahora bien, ante lo sucedido, las reacciones han sido diversas. Con comprensible indignación muchos actores individuales y colectivos se muestran insatisfechos con la expresión empresarial. Demandan mucho más retribución punitiva hacia ellos.
Yo respeto esta indignación, pero difiero un tanto de ella. Seguimos urgidos de acuerdos nacionales, en los cuales participen tanto los “ángeles” como los “pecadores arrepentidos”. La contrición y espíritu de enmienda empresarial deben pavimentar el camino para este encuentro nacional del cual estamos necesitados.