Alfonso Mata

Toda sociedad tiene dos caras: la de sus leyes y sus normas y la del comportarse de sus gentes y esta es diversa como la tierra que los cobija: árida y pobre en vegetación y agua en algunas partes, rica en ello en otras, en donde la pobreza se hermana con la riqueza, creando un abismo entre los unos y los otros. Y qué decir de las ciudades. En la ciudad, trabajadores, campesinos, hombres y mujeres, niños y jóvenes, profesionales y oficinistas, se chocan espalda con espalda en las calles y se aglomeran dentro de los edificios y oficinas, ansiando que caiga la tarde y los abrigue la noche, para escapar con alegría a pisar suelo, sea propio o alquilado, con agua o sin ella, encantados de escapar a las ironías y caprichos mandatorios, aunque la comida no satisfaga sus vacíos estómagos, pero las tripas de alado compensan y alivian el duro día trajinado, tenso y oscuro. Salvar la vida del tedio, separar el mundo práctico del quiero hacer del debo hacer sin reflexionar.

Y la juventud en medio de ese caos, también tiene su espacio y forja sus metas: lo digital, lo electrónico, el hoy a la velocidad de la luz, que invade el campo y las ciudades. El juego, la diversión, el mensaje insulso pero divertido, el desdén por lo de antes y por mucho del ahora, le permite pasar los días, aunque inseguro del mañana, pero eso no se siente. En medio de esa lucha cotidiana por liberar el espíritu, los viejos valores se derraman y desmoronan, caminando hacia el quién sabe y silenciándose cuando las generaciones se encuentran.

¿Idealismo? ni por sueño o señas, hoy todo es práctico. Tampoco al vecino, amigo o familia se le cree en mucho, si al caso en un poco, prácticamente en casi nada. El gran crédulo en lo que vomita es el celular y la compu, y a ellos se suman las máquinas que producen ya sea alimentos, ropa, utensilios o artefactos para echarse encima o movilizarse. El prójimo quién sabe por qué y para qué está a mi lado, bienvenido si es virtual.

¿Y la información? Debe ser pronta, fugaz, breve, de borrón y algo nuevo; que automatice mis dedos pero deje en blanco mi cerebro, pues mi tiempo demanda de placeres rápidos: imágenes, sonidos, unas cuantas voces que provoquen risas y ya.

– No eso de meterse en política ¡nanay! ¡nanay!
– ¿Qué es usted?
– Maestro
– Y ¿a dónde va?
– al paro, el gobierno no nos apoya.
– ¿Y los escolares?
– Tenemos tres días luchando por el bien de ellos. La vida es dura como para andar perdiendo el tiempo en política y reuniones.
– Y la justicia y la libertad
– ¡Hay usted y sus cosas! hay que vivir el día a día. Buen señor, lo dejo, porque ya me bajo, tiene suerte, todavía va a pasar el retén y no le ponga tanto coco a la política y a la gente.

Nunca sabemos si el compañero de viaje es una trágica, existencia alegrada a ratos por el mundo de sus deseos, sus frustraciones o el espacio que dejan entre ellos. Lo cierto es que queda atrás la algarabía de los maestros y el titular de la página del periódico que extiende el pasajero de enfrente “Madre niña de 15 años, muere al dar a luz” y su comentario en vos alta – ¡qué miarda! De pronto un pasajero se para, un pastor y todo el mundo guarda silencio: “Todo pertenece a Dios, Él pone Él quita….” Solo cerré los ojos.

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