Mario Alberto Carrera
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Del 9 al 14 de abril y días antes.
Como en el escenario más grotesco de la Inquisición Española –no por el juzgador sino por el procesado– escuchamos, vimos y leímos –según el momento– la declaración anticipada para ser aceptado como colaborador eficaz, en uno de los casos que conduce el juez Miguel Ángel Gálvez, al rechoncho monstruo –entre gigantescos y esperpénticos monstruos deformes– a Juan Carlos Monzón. Ya antes lo vimos como estrella en otros filmes de terror y crímenes sinfín, narrados para desvestir y desenmascarar casos paralelos que lleva asimismo el juez ya mencionado y que convierten a Guatemala en fuente inagotable para escribir cuentos y novelas surrealistas o para otra suerte de novelas: policíacas, negras o amarillas según las tapas del libro.
El adjetivo kafkiano ingresó al DLE no sólo para designar la obra del gran checoslovaco que escribió en alemán, sino para referirnos –por extensión, comparación o similitud– a situaciones absurdas o angustiosas. Yo diría que, el docto Diccionario debió añadir: esperpénticas, grotescas, repulsivas y bestiales. Porque así englobaría de bulto –como santo que no es de palo por dentro– la narrativa “monzoniana” que nos ha dejado de piedra.
En este caso, la realidad supera ¡con creces!, a la ficción, a las novelas, a los cuentos y a las leyendas más inverosímiles en materia de violencia del Estado en contra de sus propios ciudadanos. Los “cuentos” kafkianos de Juan Carlos Monzón y su aberrada, retorcida y podrida narrativa, nos relatan historias donde se roba al pobre para hacer más rico al rico y para convertir a una clase media ávida de dinero, en nuevos ricos asesinos: Pérez Molina (que ya era y es genocida) Baldetti, Monzón, Alejos, López Bonilla. Y Antes: desde Cerezo a Colom, pasando por Alfonso Portillo de quien ¡en mala hora!, fui Embajador para mi vergüenza ajena.
Entre las patas apocalípticas (por destructoras y macabras) de la narrativa “kafkiano-monzoniana”, desfilan también con un lema de casi “Viva la Muerte” del terrible Cristo de la Buena Muerte (la muerte de los guatemaltecos pobres que no tienen pan ni agua, literalmente) nombres y apellidos que no debieron estar jamás ¡por mínima elegancia!, entre las fauces y la lengua de Juan Carlos Monzón: el kafkiano guatemalteco que ha inventado un nuevo realismo mágico o fantástico. Me refiero a apelativos como Gutiérrez Mayorga o Bosch Gutiérrez. Así como: Mata Castillo o Montenegro Castillo, que los medios escritos han silenciado o disminuido discretamente, para no comprometer su Suplemento Bancario y otras ayuditas sin cuyo apoyo ya habrían desaparecido y cerrado. Este silencio también es corrupción por omisión.
Pero acaso lo más insólito entre lo fantástico de la narrativa “monzo-kafkiana”, ha sido el cuento de la “Mil y Una Noches” –mejor que el de “Alibabá y los 40 Ladrones”– entorno de las bodegas donde por “mamachos” almacenaban (Alibabá-Baldetti y sus cientos de secuaces) el pisto que se roba a los guatemaltecos muertos de hambre. Porque robar del Erario en país de miserables, es acaso peor que el genocidio de Ríos Montt, porque éste ha sido un genocidio ¡permanente!, y demostrable, en contra de ciudadanos inermes e indefensos, que debieron recibir vivienda, salud y comida, sobre todo. Lo que no se hizo nunca jamás por y para quitarles –por decirlo así– las piltrafas con que apenas se cubrían. Esta es la monstruosidad, ignominia y truculencia máxima que se ha podido consumar contra una ciudadanía cada vez más debilitada ¡por eso mismo! E incapaz de defenderse, en su ignorancia y analfabetismo cultivados adrede.
Monzón debe ser aceptado como colaborador eficaz: imperativo categórico kantiano para el juez Gálvez.