Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

“Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego.”
Aristóteles

Somos un país de contrastes, mientras nos encontramos entre los treinta países más felices del mundo, de un total de 155, según el Reporte Mundial de la Felicidad, lugar que hemos mantenido durante varios años ya, mientras otros bajan o suben, nos hemos sostenido como uno de los más felices, sin embargo, de acuerdo a Transparencia Internacional, desafortunadamente somos el cuarto país más corrupto, debido a obvias referencias.

La evaluación, sobre el grado de corrupción al que hemos llegado, no es para nada envidiable, sin hacer comparación alguna, hay otros mejores y otros peores, tanto en la felicidad como en la corrupción, lo que nos debe preocupar sobremanera, es la corrupción como una enfermedad endémica, que se encuentra más que arraigada tanto en el sector público, como en el privado, porque es lógico, que para que exista un corrompido debe existir un corrompedor.

El tema del corrompedor, es una cuestión que no se toca regularmente, y que se encuentra en línea paralela con el corrupto, quien corrompe lo puede hacer de diversas formas, disfrazándolo de favor, como un trabajo, e incluso como una relación sentimental, existen otras formas menos sofisticadas, como la extorsión, y otras aún más como la famosa comisión, ya institucionalizada en la mayoría de entes estatales.

La corrupción existe en doble vía, uno corrompe y otro se deja corromper, y para muestra, las declaraciones tan obscenas de Juan Carlos Monzón, en las que detalló la forma en que se fraguó uno de los escándalos más grandes, y que será parte de la historia de Guatemala, en sus declaraciones Monzón, ha mencionado a una gran cantidad de personajes, incluyendo al más famoso pollo del país.

¿Cómo no vamos a estar en el cuarto vergonzoso lugar en corrupción? Si por donde vemos las cloacas abundan, no se puede caminar por la vida, sin sentir la pestilencia del dinero en negro que abunda sin distingo de clases sociales, si observamos que los negocios sucios, han enfangado a más de una “buena familia”, tal y como comprendemos el término en nuestro kafkiano país.

Sin embargo, logramos ser felices, John Helliwell, el principal autor del reporte sobre el estudio de los países y la felicidad, argumentó: «Los aspectos humanos son los que importan. Si la riqueza hace más difícil tener relaciones frecuentes y de confianza con otras personas, ¿merece la pena?», más aún si tomamos en cuenta que EE. UU., hasta hoy la primera potencia mundial, bajó un nivel en comparación al último informe, el mismo estudioso hace referencia que algo de dinero sirve para ser feliz, pero no sirve para comprar más felicidad, tampoco la disminuye.

¿Por qué nosotros somos felices a pesar de la extrema pobreza y la corrupción? Probablemente encajamos en la apuesta de Helliwell, no tenemos riquezas materiales, como símbolo de felicidad, sin embargo nos unen manifestaciones de otro tipo de riqueza, como la lucha del ser humano medio por salir adelante, y porque no es corrupto, ya que la media del corrupto es mucho menor, de la que él que no lo es, pero como todo lo malo se ve más.

Dos mediciones diferentes, nos colocan en situaciones totalmente contrapuestas, por una parte somos y sabemos ser felices, y por la otra, la corrupción corroe parte de nuestra sociedad, sin límites de estrato social, y la clase política es el mejor referente de nuestra galopante corrupción, sin dejar de lado al corruptor nato, y que no vive precisamente en las zonas más populares, vive en otros espacios y lo encuentra en los mejores restaurantes y comprando ropa de marca, pero no necesariamente acá, los encuentra en Miami y Europa, y si es en nuestro país tampoco será en un mercado cantonal.

La corrupción debe terminar, de ahí su necesaria denuncia, y posterior castigo cuando la misma sea probada debidamente, pero lo que no debemos perder es la felicidad, en ese aspecto, esperamos mejorar posiciones, porque nos lo merecemos, disminuir en lo malo, y aumentar en lo bueno, el camino está ahí, solamente lo debemos caminar.

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