Ayer la Asamblea General del Fútbol decidió aprobar unos estatutos a los que suprimieron dos artículos de los que pedía la FIFA y la nueva regulación será enviada a la asociación mundial para que los apruebe, aun sabiendo que no se llenaron los requisitos dispuestos en la nueva gestión de la Federación Internacional para atajar la corrupción que ha permeado a ese deporte.
Es un nuevo ejemplo de cómo en Guatemala los corruptos dicen simplemente “Sí y qué…” repudiando hasta el sentido común cuando se trata de proteger sus intereses, sus negocios y su medio de vida. Lo mismo que hacen los políticos que ahora manosean las normas del financiamiento electoral ilícito que ha sido el pecado mortal de nuestra democracia, hacen los dueños de equipos de futbol que se pretenden burlar de todos para mantener un control que les permite preservar sus privilegios porque es lo único que les interesa.
Y como saben que enfrente tienen a una sociedad indiferente, que no reacciona ni ante la manera cruda y brutal en que Monzón relató cómo nos esquilman los políticos, pues piensan que pueden seguir estirando la pita para mantener la podredumbre sin el menor riesgo de una reacción como la que ya debería haberse producido. Es inaudito el comportamiento de toda esa gente que ignora aquello de que están viendo la tempestad y no se arrodillan, pero el mismo tiene una clara explicación en nuestra sangre de horchata como ciudadanos que no nos inmutamos ni siquiera sabiendo hasta dónde ha llegado el abusivo comportamiento de quienes se dicen dirigentes del país en las distintas esferas del poder.
Con el ejemplo de los diputados es natural que los dirigentes del futbol nacional hayan dispuesto actuar con ese descaro para desafiar a la misma FIFA, arriesgando al país a una expulsión y el aislamiento total. Porque está claro que pueden más las ambiciones que el sentido común y aunque está clarísimo que tarde o temprano los pícaros, ahora sí, van a pagar por sus desmanes, siguen dando rienda suelta a su persistente terquedad por apuntalar la corrupción y devolver su fuerza a la impunidad como modelo de nuestra justicia.
No tiene límite el descaro porque los pícaros llegan hasta donde los honrados los dejan llegar y como aquí nos mantienen atrapados en estériles diferencias ideológicas, pues los sinvergüenzas tienen toda la cancha para seguir operando a su sabor y antojo. En manos de la ciudadanía está ponerle coto a los desmanes y se hace cada vez más evidente la necesidad de reacción.