Víctor Ferrigno F.

En Semana Santa, dicen, hay que reflexionar. En la homilía del Domingo de Ramos, el Papa Francisco reflexionó de manera tal, que pareciera una provocación para los carcamanes que han momificado a la iglesia Católica. Se dirigió a los jóvenes cristianos para invitarles a gritar ante aquellos que intentan «manipular la realidad» y silenciarlos.

Hace mucho me alejé de la iglesia oficial, por sus incoherencias entre la doctrina y sus actos. La ruptura vino cuando, adolecente, mi compañero de banca me contó que, desde hacía años, el cura que debía protegerlo abusaba sexualmente de él. Me indigné y le ofrecí ayuda para denunciarlo. No quiso, tenía mucho miedo. Él se quedó viviendo su vía crucis; yo me fui, buscando justicia y libertad.

Sin embargo, leyendo la homilía papal, y haciendo un recuento de sus actos, pareciera que Bergoglio está dispuesto a sacudir a la Iglesia que preside, persiguiendo abusos, desviaciones y delitos. Lo hace retando a la feligresía, para que juegue el papel transformador que los obispos y cardenales se han negado a impulsar, porque acumulan demasiado poder, demasiada opulencia, demasiada misoginia y demasiada soberbia. Como a los mercaderes del templo, la grey los tiene que sacar a latigazos de su zona de confort.

Vivimos tiempos excepcionales, que me motivan a compartirles estas reflexiones, sobre la relación de la iglesia Católica con nuestras sociedades y nuestra realidad. Reflexionando con los instrumentos teóricos y las experiencias que he ido acumulando, aprendí que no hay verdades absolutas, y que la práctica es el mejor criterio de verdad. Que para respetarse y ser respetado, hay que tener coherencia entre lo que se predica y lo que se hace; que uno sin el prójimo está perdido, y que la solidaridad y la poesía, son los escalones más altos del ser humano.

Recordé que a principios de mes, el Papa anunció que canonizaría a Monseñor Romero, el obispo de los pobres, provocando la ira de la oligarquía salvadoreña y del episcopado conservador, a quien acusó de difamar y calumniar al Obispo mártir. Para mi sorpresa, miles de salvadoreños salieron a las calles a celebrar la noticia, cuando acababan de votar masivamente por los alcaldes y diputados del partido Arena, cuyos dirigentes promovieron el asesinato de San Arnulfo Romero.

En la citada homilía, el Pontífice sostuvo que “hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan ruido, para que no se pregunten y cuestionen”. Entonces reflexioné sobre mi generación, y cómo los militares, con el apoyo de empresarios y el cardenal de turno, hicieron de la represión y del miedo una política de Estado, para inmovilizarnos.

Pero no lo lograron. Jóvenes como Julio César del Valle y su novia, Emma Guadalupe Molina Theissen, se sobrepusieron al miedo y mantuvieron viva y actuante a la Asociación de Estudiantes Universitarios, con altos costos. A él lo secuestraron el 22 de marzo de 1980, junto a dos estudiantes más. Apareció esa noche, torturado y asesinado. Emma fue secuestrada en septiembre de 1981. Fue torturada y violada por el ejército y logró escapar. En venganza, el 6 de octubre secuestraron a su hermanito, Marco Antonio, de 14 años. Todos los pormenores están saliendo en el juicio que, esta Semana Santa, devela cómo la inteligencia militar tenía control de todas las fuerzas de seguridad, y se ensañó con las y los jóvenes indómitos.

El Papa Bergoglio provoca a los jóvenes, para que denuncien la injusticia: “Está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y los dirigentes callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán? Por favor, decídanse antes de que griten las piedras”.

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