Juan Jacobo Muñoz

Las cosas son lo que son, digámoslo así. Ser, puede ser entonces, que algo tenga características generales y compartidas con iguales o similares. Pongamos por ejemplo una silla; un mueble con respaldo, generalmente de cuatro patas, cuya finalidad es la de servir de asiento a una sola persona.

Si el mundo fuera así de simple. Pero entramos a una casa, nos llevan al comedor como invitados y vemos que hay una silla que es igual a las demás, pero un signo nos avisa que tiene algo distinto de lo que nos dicen las características generales. Lo distinto es que esa silla está ubicada en la cabecera de la mesa, y eso sin duda significa algo.

La significación es subjetiva, y lo que significa una cosa para alguien puede no significar lo mismo para otro. Llega un niño, se sienta en esa silla y con prisa y preocupación los adultos le piden que se levante y le indican donde sentarse. Los adultos, más entendidos, ni siquiera lo piensan; saben o por lo menos intuyen que no pueden sentarse allí. O tal vez lo harían, pero en otro momento, cuando no estuviera el dueño de aquel trono, que para entonces ha hecho su aparición y se apresta a tomar posesión de él.

Cada quien tiene sus representaciones, en parte de eso se trata la individualidad. Son las redes de imágenes y las nociones que se van construyendo en su mayor parte como complejos inconscientes que determinan nuestra forma de captar, entender y reaccionar. Así es como impulsivamente atendemos conflictos que ni siquiera conocemos.

El asunto no es ninguna novedad. Toda preconcepción, aunque sea la más desatinada, tiene asidero en la cultura, la ideología dominante y las propias experiencias que se van teniendo desde la niñez. Somos producto de la cultura, que no es poca cosa si la desmenuzamos en normas, pautas de comportamiento, valores, preceptos, principios, prejuicios, dogmas, gustos, prohibiciones, obligaciones, limitaciones, actividades y expectativas. Es como andar uniformado en un ejército de inconscientes que se mueve por motivos desconocidos.

Hasta podría pensarse que cambiamos, pero hay que revisar. Los significados no son estáticos, la cultura está viva porque de alguna manera se mueve. Las sociedades y la cultura que en ella vive, están en cambio continuo, con equilibrios y desequilibrios que van marcando el paso de la gente, de manera hasta insensible y con contenidos que habitando en el inconsciente logran que el ego, como hubiera dicho Freud, cabalgue un caballo desbocado. Excepto en los casos de la locura extrema, donde el caballo ha dejado tirado al jinete.

Vivir racionalizando a puro músculo cerebral es imposible; la cabeza engaña para justificar la rigidez que a la larga solo lleva al sufrimiento. Muchas veces da la impresión que la corteza cerebral de asociación es un modelo experimental y que apenas estamos empezando a pensar, y que por lo mismo tenemos muchas actitudes sensoriomotrices, como unicelulares siguiendo la luz. O dicho de otra manera, crecer es como aprender a frenar y empezar a ir contra la inercia de uno mismo.

El romanticismo idealista es una caricatura y con frecuencia nos mostramos como esclavos de las formas y de los ritos, sin llegar a ser realmente consistentes con la realidad, ni espirituales donde se requiere. Diría mi padre muerto, “estamos en pañales”; y si el asunto no fuera tan patético, hasta podría parecer chistoso.

Mi consejo bien puede ser desechado: Ser prudente, pudoroso, invisible y anónimo. Quitarse de en medio, evitar conductas del pasado y no recaer en el protagonismo. Aceptar que somos un término medio y que los extremos son referenciales y no habitacionales; tal vez así, ninguno se sobreestimaría o se devaluaría tanto.

El exhibicionismo sirve para verse, y la introspección sirve para verse. Parece lo mismo, pero no lo es.

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