Arlena Cifuentes
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La polémica marcha organizada por algunos grupos de mujeres el 8 de marzo es un claro testimonio de la descomposición social por la que atraviesa nuestro país. El elemento a todas luces ausente en quienes la promovieron es la falta de un valor fundamental llamado “respeto”, lo cual explica la proliferación de la impunidad que la gran mayoría de guatemaltecos de una manera u otra practican a diario.

Personalmente, lo veo como una vulgar burla a la Iglesia Católica y a la representación de símbolos sagrados. Si a ello le sumamos las actitudes y el discurso de los participantes, se evidencia irrefutablemente un hate speech o discurso de odio que es precisamente en contra de lo que debería luchar el Procurador de los Derechos Humanos quien en ningún momento se pronunció demandando el debido respeto a las diferentes confesiones religiosas como lo enuncia el Artículo 36 de la Constitución. La libertad de expresión del pensamiento, por otro lado, es un derecho al que gozamos todos los guatemaltecos y que conlleva como todo derecho la obligación de respetar el pensamiento y/o creencias de la población, lo cual en esta pantomima no se observó.

En mi opinión, a la Conferencia Episcopal, le hizo falta la contundencia que en estos momentos exige la situación del país. Guatemala atraviesa una crisis institucional debido a los actos de corrupción en que se encuentran involucrados un buen número de funcionarios públicos; y como si esto fuera poco se une a ellos el flamante Procurador de Derechos Humanos como promotor de disturbios.

Actos como este únicamente son el reflejo de la confusión; de un vacío existencial, así como de la ausencia de identidad en las mujeres. La vulva no es para ellas definitivamente un elemento de identidad, pues hay muchas de las participantes inconformes que inconscientemente la rechazan y luchan por causas que contradicen esa veneración que supuestamente le tienen, el cambio de sexo, por poner un ejemplo. De nuevo, todas estas expresiones son el resultado de las heridas de las que fueron objeto mujeres y hombres cuyos corazones lacerados solo pueden producir resentimientos, odio, necesidad de venganza, etc.

Si de algo estoy convencida es de la ausencia de un liderazgo con la suficiente credibilidad que pueda ponerse de acuerdo en las prioridades fundamentales que deben abordarse en este momento; así como, casi imposible la emergencia de uno nuevo que genere la suficiente confianza y transparencia, nada más evidente de en lo que invierte sus esfuerzos la dirigente de la AEU y compañeras en este burdo desfile precedido por ella.

Lamentable es la presencia y participación del Procurador de Derechos Humanos, ya que avaló los actos de irrespeto de que fuimos objeto quienes profesamos la religión católica y que nada tienen que ver con la libre expresión del pensamiento ni con las legítimas luchas de las mujeres. Como mujer no me siento representada por ninguno de los gremios de mujeres existentes ni comparto el que se nos regale graciosamente un puesto o lugar para ocupar un cargo público, se nos trate con leyes especiales o se nos otorgue cualquier tipo de prebendas por haber nacido con la “condición de mujer”, como si eso fuese una enfermedad y sin darnos cuenta que al exigir ese tipo de cosas somos nosotras mismas quienes nos discriminamos.

¡Oremos por estas almas atribuladas cuyas mentes y corazones necesitan del amor de Dios! ¡Oremos también, por una gran mayoría de católicos que se niegan a asumir SU responsabilidad de informarse adecuadamente y formar criterio político sobre lo que hoy aqueja y agobia a nuestro país!

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