Adrián Zapata
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Muy caro le salió al Procurador de los Derechos Humanos su encuentro con las feministas, por la desafortunada fotografía que le tomaron teniendo a sus espaldas la pancarta de la procesión de la “Poderosa Vulva”, que portaban las mujeres como un intento por llamar, a gritos, la atención sobre sus derechos y contra la discriminación que sufren por ser féminas.

Sin duda que las feministas intentan provocar a la sociedad con ese tipo de mensajes. Es cierto que se han producido manifestaciones similares en otros países, pero vale la pena particularizar el análisis de lo que esto significa y provoca acá en Guatemala, una sociedad tremendamente conservadora y religiosa. “Bendiciones” es un saludo usual cuando la gente se despide, como clara manifestación de esa religiosidad. Así que ellas decidieron retar la devoción, en este caso católica, pero la sacudida abarca a toda la población. Seguramente no pensaron en la necesidad de construir alianzas para sus luchas, sino que en sacudir la conciencia de la gente, con un mensaje sin duda provocador y, de alguna manera, irrespetuoso de esa mentalidad conservadora, con lo cual actuaron enardecidas por la injusta discriminación que sufren, pero sin importarles nada más que hacerse oír, aunque fuera para provocar indignación y rechazo a su polémico mensaje.

En ese contexto se produjo el aparecimiento del PDH, quien llegó al lugar para expresarse en apoyo a las luchas de las víctimas, hace un año, de la tragedia del mal llamado “Hogar Seguro”. Sin embargo, rápidamente acudió con las feministas, ante su llamado a acompañarlas por unos momentos. Está clarísimo entonces que el Procurador no llegó a manifestar ningún apoyo al planteamiento de las mujeres que levantaban el estandarte de la “Poderosa Vulva”.

Quienes resienten el alineamiento de Jordán Rodas con la CICIG y el MP, inmediata, oportunista y acertadamente para sus intereses, lanzaron una campaña de desgaste contra él, con el claro propósito de desaforarlo. En el Congreso de la República, en general, Rodas no goza de simpatías, más bien se ha ganado el odio de gran parte de los diputados. Y mucha gente, dolida por el irrespeto de las feministas a su conservadurismo, proyectaron ese sentimiento hacia el PDH.

La Conferencia Episcopal, con sabiduría, le salió al paso a esa iniciativa oportunista y perversa y se distanció de las intenciones de los diputados que pretenden crear y atizar una tormenta.

Lo innegable es que este “incidente” alimenta el fuego de la polarización, cuya contradicción sigue girando alrededor de los amores y odios respecto de la CICIG y el MP y quienes los dirigen, pero que claramente es alimentada por aquellos que resisten el avance de la lucha contra la corrupción y la impunidad. Era previsible saber quiénes se alinearían con cuál bando. Por eso insistimos en lo que hemos venido planteando, en el sentido que hace falta superar la crisis política que enfrentamos, transitando de la contradicción ya referida hacia la construcción de una concertación alrededor de una propuesta programática contenida en una agenda mínima.

Mientras tanto, tratemos de no echarle más leña al fuego. El Procurador de los Derechos Humanos debe entender que su rol ahora lo tiene que desempeñar desde el rango que le da ser un hombre de Estado, sin caer en tentaciones de activismo social y mucho menos pensando en la PDH como una plataforma política para él. La exposición mediática no puede ser la motivación de su trascendental práctica. Pero al mismo tiempo, no permitamos que manipulen la situación quienes resisten la lucha contra la corrupción y la impunidad. El Procurador debe ser apoyado para que continúe desempeñando el papel que le corresponde.

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