Juan Jacobo Muñoz Lemus

Soy malo entendiendo la vida y sus vicisitudes. Son tantas las cosas que pueden cambiar y sucederse de manera favorable o adversa.

Los seres humanos somos algo peculiar; pensamos que pensamos, y construimos un sinnúmero de conceptos basados en una asociación de ideas, que muchas veces sirve para impresionar o para que no se entienda; por eso somos la única especie que puede ser cursi.

Emitimos vocablos melifluos para describir experiencias etéreas e inefables donde la limerencia en complicidad con la serendipia se unen para perseguir horizontes iridiscentes de cielos arrebolados que hacen palidecer cualquier elocuencia por algo que, aunque efímero queda en el alma inmarcesible.

Una forma menos afectada de expresar lo anterior sería: Decimos palabras dulces sobre cosas delicadas que no podemos describir con palabras y que nos hacen sentir atraídos sentimentalmente de manera inesperada y casual a cosas bellas, coloridas y llenas de luz, que nos dejan sin palabras ante algo que, aunque dure poco tiempo será inmortal para nosotros.

En la misma línea de lo pretencioso, he detectado que internacionalmente hay acuerdos llenos de palabras que designan un día para casi todo; pasando por los niños, las mujeres, la tierra, el agua, el cambio climático. Hasta Jesucristo tiene sus días, y todo es cada vez peor. Hace poco fue el día de la vida silvestre y se dedicó a los felinos. Lo único que saqué en conclusión fue que el jaguar ha desaparecido el 40% de su rango histórico, el leopardo el 49%, que hace un siglo había 200 mil leones en África y actualmente hay 20 mil y que en el Asia había 100 mil tigres y quedan menos de 3,900.

Tal vez la insensatez, la negligencia y el egoísmo merezcan un día también.  Como ya se ve, confío poco en la especie humana; buena para dar discursos, conmoverse en público y destruir lo que tiene delante. El frenesí incluye hijos y hasta la propia vida.

Versos de todas las épocas celebran al amor, pero ahí está el grupo de las mujeres que se odiaron demasiado. Las que siguen un discurso que no es propio, con la ideología de hombres inseguros. Dispuestas a matarse con tal de salvar la imagen de un padre indeseable; pero no la imagen pública, sino salvarlos de los propios sentimientos de ellas. La agarran con ellas mismas para no atentar un mandamiento recitado de memoria, y salen a buscar hombres que maldecir para no tener que maldecir a su padre. Se autodestruyen, resienten a la madre y terminan siendo como ella; un ser que cubre con su manto, al que hay que levantar a patadas si se enferma y que por lo mismo y para no fallar a su imagen, no se atreve a estar mal.

Hablamos de todo y decimos muy poco al hacerlo. La palabra más que un medio para comunicarse debería ser el lenguaje del alma para conocer las verdaderas razones detrás de las decisiones. Es algo así como que a la gente le cuesta separarse porque no sabe lo que la tiene unida, y en compensación llena todo de palabras falsas.

La verdad es que la verdad es la verdad y esa es una gran verdad. Esta tautología no es más que una perogrullada, claro está. Pero con la experiencia de… válgame la que se cayó por asomarse; deberíamos poner las barbas en remojo; y dejar de decir solo lo obvio y lo político e históricamente correcto.

Se puede seguir haciendo como que se hace. O como dijo Cervantes en el Quijote: “Por la calle del ya voy, se va a la casa del nunca”.

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