Arlena Cifuentes
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A un año del trágico acontecimiento sucedido en el Hogar “Seguro” Virgen de la Asunción, el tema sigue teniendo vigencia, algunas ONG y familiares de las víctimas organizan actividades para rememorar el hecho, cada una de ellas con propósitos diferentes, los menos con genuinos sentimientos del dolor sentido por la pérdida de un ser querido demandando justicia. La irresponsabilidad del Estado en las circunstancias de este suceso llora sangre, así como, al igual que el abordaje inadecuado del tema a lo largo de 12 meses; de igual forma, la ausencia de condenas para todos los culpables de la muerte de 41 niñas. Hasta este momento hay seis procesados y nada está claro en relación a que se observe el debido proceso y sean condenados todos los culpables.

Una condena de esta naturaleza al menos sentaría un precedente, ya que la solución a que este tipo de hechos sucedan está en manos de los agentes del Estado a cargo y a quienes se les debería, también, deducir responsabilidades.

No alcanzarían las instituciones como esta para cobijar a los miles y miles de niños y adolescentes que son producto del maltrato y el abandono por parte de quienes los engendran, producto de relaciones sexuales prematuras utilizadas para escapar de la amarga realidad en que viven; así como, toda una serie de razones por las que se engendra a un hijo que no se desea traer al mundo.

Está claro que la mayoría de ellos son niños no deseados y por ende no queridos. Es un círculo interminable en el cual la violencia solo engendra más violencia y no puede darse lo que no se tiene, no puede dar amor quien no lo recibió.

Podrá escandalizarse el lector, pero se hace incomprensible que los hombres y mujeres que trajeron al mundo a estos niños, sin haberlos deseado, que los castraron y mutilaron en lo más profundo de su ser de todas las formas y maneras inimaginables fuera de toda comprensión, hoy, lloren y se duelan por las pérdidas de su existencia. Se convirtieron en rebeldes, en criminales, y si llegaron a representar una amenaza fue porque fue lo único que aprendieron, lo único que sabían hacer para sobrevivir.

El Hogar estaba sobrepoblado, no existían las condiciones mínimas para cumplir su objetivo, si es que este ha sido planteado, creado para acoger a víctimas de maltrato, abandono y violencia, además de cobijar en su seno a víctimas que ya habían cumplido condenas, pero que no tenían familiares que se hicieran cargo de ellos. Inconcebible que los diversos Secretarios de Bienestar Social no hubiesen tomado cartas en el asunto.

El tema ha cobrado relevancia hasta en el Organismo Legislativo, los diputados presentaron una iniciativa de ley para apoyar con una pensión vitalicia a las niñas sobrevivientes. El Estado tiene la obligación de prevenir que estos acontecimientos se repitan, no de intentar lavarse culpas con mecanismos inútiles.

Resulta irascible ver cómo las familias, específicamente los padres, vierten lágrimas ensayadas para causar lástima y tratar de sacarle algún favor al Estado y a distintas ONG, cuando fueron ellos quienes criaron a esas pequeñas cuya actitud más tarde se les salió de las manos. Debemos poner las cosas en su justo lugar. Si bien la responsabilidad del Estado es innegable, no podemos exculpar a los progenitores. El primer paso para prevenir atrocidades como la aquí tratada, es el fomento de los valores familiares y dejar de hacernos de la vista gorda con la educación sexual. El ciclo de la violencia es generacional por lo que si no se le pone un alto de tajo, se seguirá replicando por los siglos de los siglos.

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