Dra. Ana Cristina Morales Modenesi.
Ante una tragedia se suscita desconsuelo, pérdida de esperanza acompañada de impotencia y tristeza. Pero, si existe alguien que brinde oídos a las palabras y al llanto de la persona que sufre, que se acerque y esté allí, ofreciendo, tal vez, solo su presencia, son de las cosas que ayudan a aliviar el dolor.
En ese sentido la función de ese otro se constituye en un bálsamo para el alma que da tranquilidad, cordura y alienta a la persona que sufre a tener nuevamente confianza en la vida. Los seres humanos ante un evento catastrófico necesitan dar un sentido al mismo, y al hablar una y otra vez de este, y contar y contar la historia sucedida se trata exactamente de eso, de buscar respuestas para lo que resulta incongruente. Además, para sobrevivir a ello se necesita del calor humano, del contacto emocional, físico y sensorial entre unos y otros.
Al entrar en contacto emocional con los sentimientos de otras personas, lo que le pasa nos concierne, surge la empatía y la compasión. Las personas más cercanas a quién sufre, la familia y amigos, son posiblemente la mejor fuente de consuelo para quien vive dolor y se encuentra compungido ante éste. Y no existe una manera exacta de hacerlo. Creo que la presencia y acompañamiento de esa otra persona, per se, brinda consuelo, al priorizar en su tiempo el estar allí, que a veces, las palabras sobran y también pueden ser las no correctas. Pero con solo hacer presencia, le estamos diciendo a esa persona que nos importa y que no se encontrará en el vacío ante su tragedia.
Consolar necesita escuchar el llanto y no interrumpirlo por muy difícil que sea encontrarse en esa posición. Nuestra presencia ha de ser no invasiva, un acompañar y dejar fluir a la persona. A veces, un abrazo, si la persona lo permite, un gesto, el ofrecer algo de lo que uno crea pueda necesitar la persona (un café o té, algo de comer, abrigo, incluso señalar un lugar para descanso, entre otros). En los menores la acción de consolar se dice ser más sencilla, porque el trabajo suele ser más corporal, a veces, basta tocarlo. Pero ante el contacto físico, siempre se necesita ser prudente y tener respeto.
Mandar un pequeño mensaje escrito, realizar un pequeño obsequio (unas flores, un dulce, un tecito, algo pequeño pero que pueda ser relevante para la persona). Es otra forma de mostrar nuestro aprecio a ella y hacer sentir nuestro deseo de confortarla.
Y cuando, ese alguien que sufre, no cuenta con redes sociales de apoyo, la autoestima de la persona juega un papel primordial. Teniendo consideración y compasión de sí misma. El sistema de creencias y las religiones también ayudan a recobrar la confianza y fe en la vida. Orar y rezar es comunicarnos con Dios, con el cosmos y sentirnos uno con él. Hacer contacto con la naturaleza, el arte, animales domésticos, leer y escribir pueden ser actos liberadores, que proporcionen consuelo.
Hay música que ayuda a autotrascender y provoca alivio, Bach, considero que es uno de sus mejores representantes, al menos así lo vivo yo. Al prodigarnos atención, consideración, y ser compasivos con nosotros mismos, darnos halagos, nos estamos dando caricias al alma. Y Hay que comprender que es necesario dar espacio al dolor, pero que este no ocupe las veinticuatro horas del día. Hay que vivir momentos de soledad, sin caer en el aislamiento total.
Con lo abordado se desea aportar algunos elementos que pueden ayudar a la persona que se encuentra en un momento crítico de su vida, el cual, le ha provocado dolor intenso, por lo cual, necesita de consuelo.