Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

Las mujeres mayas somos quienes principalmente mantenemos la identidad cultural de nuestros pueblos. Transmitimos los idiomas, creamos nuestra indumentaria, además de vestirla, mantenemos los sistemas de salud propios y actualmente somos quienes estamos accionando legalmente contra el racismo, la apropiación cultural y el uso de nuestra imagen que promueve la folclorización.

El racismo con que se erigió este país mantiene la idea en la sociedad de que los pueblos indígenas no éramos y no somos capaces de crear. El Estado y su institucionalidad no sólo promueven el despojo sino solapan las actitudes racistas y de violencia que las empresas practican; y sus políticas tienden al empobrecimiento y exclusión de los indígenas, sobre todo de las mujeres.

Esa apropiación sistemática de nuestra imagen como mujeres indígenas, de lo que creamos y trabajamos, socaba nuestra integridad porque mientras se explota nuestra imagen como mujeres mayas y de lo que producimos, cotidianamente se nos discrimina por mantener nuestra identidad y por buscar que esta permanezca en las nuevas generaciones.

Existe una aprobación y reconocimiento cada vez que nuestra indumentaria es vestida por otros que no son indígenas. Concursos de belleza, ballet folclórico, campañas de promoción turística, ferias internacionales, son solo algunos ejemplos en los que mujeres blancas se disfrazan y “actúan” como indígenas y se les observa con poses de sumisión mientras sonríen y se dicen cosas al oído entre ellas, como simulando la cotidianidad de las mujeres mayas.

Se aprecia la belleza de un textil, pero se rechaza a quienes los elaboran y le dan ese sentido cultural que les hace piezas únicas en el mercado. En los últimos años han tomado auge los productos con ensamblados de textiles indígenas, es una “moda artesanal” que ha convertido nuestra indumentaria ceremonial en zapatos, bikinis, forros para muebles, bolsos y carteras, ropa para perros. Diseñadores, empresarios y emprendedores se atribuyen a título personal estos diseños, aunque su intervención haya sido únicamente pegar en un producto un pedazo de textil que no elaboró y cuyo creador no es anónimo porque éste le pertenece a un pueblo, a una identidad.

Y aún con todo esto la sociedad guatemalteca nos pregunta ¿por qué se indignan si hasta orgullosas deberían estar porque utilicen sus ropas? Como quien dice debemos sentirnos bien con el robo y las faltas de respeto hacia nuestras culturas, que en el 2011 (Alejandra Barillas) llevó a una Miss Guatemala a disfrazarse con la indumentaria ceremonial masculina del pueblo k’iche’ de Chichicastenango.

El racismo es tal, que a las tiendas que venden estos productos las han llamado María, como la tienda virtual María Chula que a pesar de que fue denunciada por Codisra en 2017 por la implicación racista en su nombre, en la actualidad no sólo mantiene el nombre de su tienda sino que ha incrementado sus seguidores, aquellos que vomitaron su racismo en las redes sociales en contra de las mujeres mayas que denunciamos que estamos hartas de que se nos despersonalice y que esta sociedad crea que es “normal” que se nos llame Marías.

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