Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En Guatemala cuesta mucho alcanzar acuerdos y cuando se logran algunos resultados somos dados a descalificar los esfuerzos y eso ha ocurrido en algunos sectores bien intencionados respecto a la conformación del Frente Ciudadano Contra la Corrupción. Por supuesto que hay una campaña de ataques cuyo origen se explica porque son los mismos que pretenden afianzar la dictadura de la corrupción, pero con la gente que de buena fe presenta dudas y hasta objeciones, es preciso hablar no sólo para aclarar lo que haga falta, sino para tomar en cuenta otros pareceres que puedan ayudar a fortalecer la iniciativa.

Creo yo que la cuestión más recurrente es comparar el FCCC con aquella instancia de consenso que se formó tras el Serranazo y que terminó cooptando un legítimo esfuerzo ciudadano para oponerse a los planes de Jorge Serrano de acallar a la prensa, disolver los poderes del Estado para concentrar bajo su mando toda la autoridad y el poder. Tras la madrugada en la que se produjo el manotazo, distintos sectores empezaron a organizarse para evitar que se pudiera consumar una situación que apuntaba a la consolidación de un poder dictatorial, tomando en cuenta que el origen de todo estaba en un verdadero pleito por el botín.

El objetivo de la mayoría de sectores era impedir el Serranazo, pero también crear condiciones para la depuración de nuestro sistema político que ya para entonces estaba dando muestras muy claras de que era básicamente un instrumento al servicio de la corrupción. Lo que ocurría ya en el Congreso y las Cortes era para encender todas las luces de alarma y se imponía una acción firme para enderezar el torcido proceso de la cacareada “transición democrática”, prostituida por la forma en que los actores políticos fueron diseñando modelos que son la base de la actual Cooptación del Estado.

Ramiro de León Carpio era el Procurador de los Derechos Humanos que tenía amplio conocimiento de los vicios de la clase política y de las formas perversas en que se movían para poner al Estado al servicio de intereses espurios. Se pensó en él como sucesor de Serrano en la Presidencia por ese conocimiento sobre los tenebrosos tentáculos de un Estado Mayor Presidencial que convirtió a la Casa Presidencial en la verdadera casa embrujada, además de la influencia que los sectores de poder tradicional tenían para alentar la corrupción.

Siempre he pensado que Vinicio Cerezo llegó al poder sin entender los vericuetos y viejos juegos de las roscas que saben cómo acomodarse y manipular a los políticos. En cambio Ramiro, y lo digo porque me consta, estaba no sólo al tanto sino que había llegado a entender claramente las perversidades del sistema. Y parte de la cooptación de esa instancia del consenso fue evitar que hubiera un cambio real que limitara los poderes tradicionales para darle viabilidad a una efectiva democracia, convirtiendo al nuevo Presidente en uno más del montón.

Cualquier esfuerzo que comprometa la lucha contra la corrupción y tienda a mediatizarla sería totalmente inaceptable y quienes observemos algo así tenemos la obligación y el deber moral de hacerlo ver porque ya una vez se perdió la batalla por cambiar al país y no puede volver a ocurrir lo mismo.

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