Juan José Narciso Chúa

Se levantaba temprano todos los días para empezar su propia rutina, pero lo primero, era poner su café, esa era la prioridad matutina, de ahí, todo lo demás. Empezaba por la organización de los desayunos de su esposo y los patojos, luego la “levantada general”, presionando para que no tuvieran problemas con llegar tarde al instituto, mientras mi papá salía de la casa a su trabajo. Luego, ya sola, venían las operaciones de lavado de trastos, barrer, trapear y, finalmente bañarse, para salir y así tranquila poder disfrutar de su café. Lo degustaba despacio, escuchando Guatemala Flash y los programas subsiguientes. Esto era todos los días de la vida.

A media mañana se iba al mercado a comprar las cosas para el almuerzo, era una cocinera extraordinaria, luego esperaba ansiosamente la llegada de los patojos, a quienes atendía espléndidamente, para luego solicitarles se pusieran a hacer sus “deberes”. De ahí se ponía a lavar la ropa, a sacarla al lazo, las colgaba en sus hombros, mientras colocaba una a una las prendas en el tendedero.

Cuando tuvo la oportunidad de visitar a sus hermanas en Los Ángeles, nosotros nos alegrábamos porque al final se tomaba unas vacaciones, un descanso. Pero no, no era así, ante la primera oportunidad se ponía a trabajar con conocidas de sus hermanas y así se quedaba el tiempo de la visa, para regresar cargada de regalos para la familia. Vestidos, camisas, sacos, juegos de televisión y, aún más, traía algunos ahorros para disfrutar con todos.

Una vez viajó con nosotros a Orlando para visitar los parques con mis hijos y fue una acompañante excepcional. Caminaba sin parar, no mostraba señales de cansancio, sino contrariamente se mantenía erguida hasta que salíamos agotados de todos los espectáculos de los parques y cuidaba atentamente a cada uno de mis hijos. En una oportunidad que fuimos a un centro comercial, fue al baño. Cuando regresó me dijo entre risas y vergüenzas que había entrado al baño y al estar ahí y voltear hacia abajo, a su lado, pudo ver un enorme zapato, con lo cual coligió que se había metido al baño de hombres.

No puedo olvidarla, como si fuera una postal en vivo, cuando me fue a ver a Albuquerque, New Mexico, fuimos a un área para esquiar y mientras disfrutaba de la nieve, no paraba de dar brincos, pues me decía que el frío era muy fuerte y en esos saltos mantenía el calor.

Mi mamá era el centro de convergencia familiar para disfrutar de ese café dominical que a todos nos legó. No faltaba el buen café, ni mucho menos las champurradas u hojaldras o churros tostados para mojarlas en el café, mientras disfrutábamos de una tertulia eterna y agradable.

Se preocupaba eternamente, primero por los hijos, pero después toda su atención se tornó hacia sus nietos. Los cuidó a todos sin excepción. Siempre fue la consejera particular de cada uno, escuchaba y proponía, sin presionar. Hoy, que mi ángel guardián, nos ha dejado, siempre quedan dudas de pláticas sin terminar, de preguntas sin contestar, de chistes por contar, de lágrimas por compartir, que, desde el viernes pasado, brotan fácilmente. Cuanta falta me vas a hacer mamá, cuanto te van a extrañar mis hijos, abuela. Hasta siempre mamita linda.

*Lamento muchísimo el fallecimiento de Elmar René Rojas, fui un admirador de sus pinturas, hoy estará recorriendo sus lienzos de los espantapájaros. Una vez lo saludé y pude expresarle mi admiración por sus grandes obras, pero además conocí una faceta adicional, como exalumno de la Alameda, Chimaltenango, fue un baluarte para sacar al Ejército de la misma. Igual, quiero expresar mi sincero pésame por la muerte de Lenín Fernández, un maestro de la percusión. Dos estrellas del arte se han apagado. Hasta siempre Elmar René y Lenín.

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