Alfonso Mata

Decir todo, hablar libremente y con verdad, eso se espera del político; que públicamente abra su corazón y su alma a lo que piensa, hace y hará y que cumpla luego sus ofrecimientos de discurso, pues éste debe mostrar congruencia con las cosas que necesita la nación y permitirle al ciudadano en base a eso, “confiadamente” votar.

Esa gran esperanza que se supone en todo discurso político; en nuestra sociedad, desafortunadamente no funciona. El discurso carece de “Verdad”. El discurso es retórico y en éste, el político busca “esconderse” no “abrirse y mostrar”. El discurso político guatemalteco, no muestra la propia opinión y futuro accionar, en ello estriba su engaño, que se alimenta de un público crédulo a lo que expresa el “habla del político” ya que a éste se le confiere erróneamente un estatus social superior al del oyente, estableciéndose una diferencia entre ambos que permite al que está arriba, “prometer sin cumplir”.

¿Qué es entonces el discurso político? Simples “parloteos” sacados de lo que “el público” quiere oír, ante el derecho que se tiene de decir lo que se quiere y que se facilita ante “el silencio” que posee una población y su falta de “reflexión” ante lo que se le dice y afirma. Su mente solo guarda registro de lo que se le promete y le puede ser de provecho inmediato y de futuro cercano, sin llevarle a indagar sobre el personaje que le habla.

Pero lo peor del discurso político, no estriba en que este no solo no es sincero en lo que dice –cosa que de por sí ya es grave- sino que convence a que lo que se dice es verdad, sin que el ciudadano –incluso en el que se dice docto- se percate de la falta de coincidencia entre creencia, verdad y consistencia en lo que se expone. Nuestra mente ciudadana es tan pobre “reflexivamente” que la coincidencia entre creencia y verdad, apenas la basamos no en la experiencia y lo probatorio, sino en lo verbal y emocional. No usamos –como en el caso de la ciencia- ningún método probatorio, que permita indagar de la evidencia clara, honesta y posible, de que lo que nos dice el político, sea de hecho verdadero y vaya a convertirse en una realidad.

Pero lo más ingenuo que mueve la creencia ciudadana, es que interpreta la palabra del discurso político como verdad y sinceridad y lo eleva a garantía mental, atribuyéndole a priori, cualidades morales al orador y esperando de él, cualidades similares a las propias. Para la mayoría de nuestra gente, todos los candidatos están revestidos de cualidades y son veraces en su decidir y actuar y todo ello lo ensambla y conjuga, siendo la final de la contienda cuestión de “seleccionar al mejor” y esa forma de pensar incluso se ha deformando en algunos, llevándoles a seleccionar “al menos peor”.

Hay pues en el discurso político, dos grandes retos que debería enfrentar el ciudadano consciente: 1. Preocuparse por saber si el político dice la verdad (que tal someter a todo el que ambiciona puesto público a detector de mentiras y otros métodos) y la 2. Estar seguro que lo que dicen y creen es de hecho verdad. Un político poco comprometido –nos lo demuestran las investigaciones MP-CICIG – es un común denominador que aflige a nuestra sociedad y por consiguiente, las opiniones de nuestros políticos, no suelen ser contrarias a las de sus “benefactores”, pero políticamente su discurso, se reviste de mentiras y falsas promesas a la ponencia política que lleva. De hecho –así ha sucedido por décadas- la ponencia política manifestada al momento de volverse realidad, casi nunca es sostenible en bases sólidas y reales sino es vinculada con la plusvalía de los “benefactores” y de esa forma, nuestra política está llena de escándalos, pues no contamos con ciudadanos suficientes, que quieran participar diciendo y haciendo lo correcto, ya que eso puede ser un juego de vida o muerte; mientras que el político tradicional no necesita la verdad, puesto que no arriesga nada. Sólo desarrollando un sistema político más científico, podremos dejar de silenciar la verdad. Recordemos las palabras de Stuart Mill “El valor de un Estado no es otra cosa que el valor de los individuos que lo componen”.

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