Alfonso Mata

Aún no comprendemos del todo la dinámica social que está sucediendo en nuestra sociedad y que en estos momentos, es única e incomparable a experiencias anteriores, encerrando tanto posibilidades positivas como peligros, por lo que está demandando organizarse por medios anteriormente desconocidos que la misma situación reclama. Así visto el problema, nos plantea como tarea del momento, darle la mayoría de edad que le permita alcanzar los grados de crecimiento en lo económico y social a la justicia. Con eso quiero significar, que si bien hemos logrado un inaudito crecimiento en la “denuncia y el señalamiento”, en el descubrimiento de la dinámica de cómo se fabrica la corrupción y el fraude, aún no aceleramos la dinámica de cambio de las estructuras y operaciones que favorecen y propician que ello suceda, y ello no solo repercute negativamente en lo material, sino en lo espiritual y social, en todos los órdenes de la vida del individuo y la nación.

Por lo tanto, si no nos ocupamos de la variedad de situaciones y condiciones, estructuras y comportamientos, intereses y experiencias, que permiten que afloren y crezcan conductas violentas y hábitos de expansión y extensión de la delincuencia y corrupción, no podremos detener el camino de degradación espiritual y social en que hemos caído como sociedad. De tal manera que ya no debería sorprendernos que de todo esto resulte, tiranteces humanas y catástrofes políticas, favoreciendo lo que Freud calificó de “malestar de la cultura” que en nuestro caso no solo proviene de la insatisfacción de las necesidades materiales de la vida, sino también de la incomprensión e impotencia social, ante las inequidades e injusticias, de que hace gala el sistema social y político.

La situación actual que se vive a diario, conduce al descontento y un estado confuso nacional, que ataca a todos, favoreciendo una participación ineficaz y produciendo un ciudadano que no lo es; personas con responsabilidad moral pero que no la practican; miembros de empresas que no colaboran y saquean; hombres viviendo conscientes o medio conscientes en tantos poderes anónimos nos dominan; hombres que soportan con paciencia un destino presuntamente incomprensible e incontrolable. Todos esos personajes actúan simultáneamente dentro de nosotros, se esconden detrás de nuestras comprensiones y actuar, invadiéndonos de un deseo de no querer comprometernos a luchar contra las posibilidades de la conducción que está dominada por otros. Por consiguiente, ese hombre pasivo, hace uso del espectáculo de la justicia que le pasa enfrente, para satisfacer sus instintos de resentimiento y envidia, no de justicia.

Parece entonces que la CICIG y el MP, al mostrarnos nuestro teatro político y de la justicia, unas veces nos genera sentimientos de odio y otras de amor, porque nos muestra ante el mundo sumidos en la torpeza, la rutina, la impersonalidad y dependientes de la injusticia y abre ante el consenso de naciones, la condición de irresponsabilidad fáctica de ciudadanos, empresarios, profesionales, políticos, obreros, militares y religiosos, cayendo tonta y llanamente, bajo la influencia de manipuladores oligarcas y políticos, altamente especializados en organización del crimen.

De tal manera que ante lo que sucede frente a nuestras narices solo observamos. Somos observadores del ensanchamiento del abismo entre necesidad y cumplimiento; orden y ejecución; promesa y realización; gastos y rendimientos; normativas legales y comportamiento efectivo de las instituciones, sus representantes y portavoces y el público. De tal manera que los hallazgos de la CICIG y el MP a lo sumo atemorizan a los comprometidos con actos incorrectos; pero de ninguna forma, ha logrado agitar nuestro interior con un ¡basta! y nuestro papel de subordinados y súbditos, es decir de sujetos a la influencia y disposición de “los de arriba” se nota aún más, con nuestra respuesta única de amargura y resignación que demostramos, relajándonos a la intimidad de nuestros hogares, en donde por décadas ese descontento, cultiva un amplio proceso psíquico y espiritual de pesimismo, en que florecen los futuros violadores del orden social y la justicia.

Lo que mostramos ante el mundo es que no somos aún un pueblo llamado a la iniciativa individual, a la reflexión y a la responsabilidad y que somos un pueblo sin ideas, ánimos y ocurrencias, que nos retrotraemos a un pasado y vivimos un presente de espectáculo, sin idear algo nuevo. Es mucho lo que queda por hacer y pocos los comprometidos.

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