Estuardo Gamalero

“El orgullo divide a los hombres, la humildad los une”.
Sócrates.

¿Para qué se organiza el Estado y cuál es el fin del mismo? No son preguntas que debemos ver superficialmente. Nuestra Constitución Política, establece en su artículo 1. “Protección a La Persona. El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia; su fin supremo es la realización del bien común”.

En la norma se plasma un ámbito ecléctico entre una visión personalista y una colectivista, al reconocer que la organización del Estado se da en función de la persona humana, pero la finalidad del mismo es obtener un bien común.

Lógicamente, la discusión se entabla a partir de qué entendemos por Bien Común y cómo logramos alcanzarlo.

Sin perjuicio de otras tesis, la anterior encierra enormes discusiones en los extremos ideológicos. Por una parte, se encuentran aquellos que consideran que el rol de Estado debe ser paternalista y proteccionista; otros piensan que las personas deben estar a la merced del Estado; algunos opinan que, si el individuo está bien, el Estado lo estará automáticamente. De las anteriores, aparecen variaciones y por supuesto radicalismos. Claro, no faltan quienes al estilo Luis XIV, creen que el Estado son ellos y por añadidura la ley también.

Si bien hay situaciones indiscutibles, tales como la defensa de principios y valores, el respeto a la ley y, sobre todo, a las garantías constitucionales, es sumamente importante, entender que la opinión y percepción del problema, depende enormemente de la situación que observemos o de la que seamos parte, ya sea voluntaria o involuntariamente.

La reflexión del párrafo anterior es importante porque cuando las posturas se encuentran altamente polarizadas, los líderes de los diversos sectores deben encontrar un punto de flexión y negociación, que permita avanzar: alcanzar acuerdos y llevar al Estado y su población en dirección al Bien Común.

A lo anterior, sumemos la preocupación que estamos a un año de empezar un nuevo proceso electoral incierto en cuanto a la credibilidad de las instituciones, la gobernanza del país y la transparencia de la clase política nacional e internacional.

Dicho en otras palabras, es indispensable que tanto el Presidente, como los Diputados, el Comisionado, la Fiscal General, el Cuerpo Diplomático, el Alcalde, el PDH, los Empresarios y líderes de la sociedad civil, así también la Iglesia y los pueblos indígenas, retomen una visión pro país en la que prevalezcan los principios y los resultados de bienestar y prosperidad de la Nación.

Todos, debemos evitar una agenda de polarización o miedo, con tinte o intenciones ideológicas y mucho menos utilizar la ley para torcer la verdad o conseguir un objetivo espurio.

Es de vital importancia que, los grandes titanes de esta lucha (por rounds) que nos tiene afectados a todos, positiva, pero también negativamente, vean más allá de la agenda que tienen impuesta y de los intereses personales que defienden. En ese sentido, deben evaluar objetivamente si vamos o no, en dirección del alcanzar el Bien Común o si, las calenturas de cada quien nos lleva en sentido opuesto.

Lo digo porque, si algo abunda ahora, es la recopilación y procesamiento de toda clase de información. La economía del país se encuentra muy mal, la generación de empleo también. Muchas de las inversiones nacionales e internacionales se encuentran en brutal amenaza por causa de un activismo irracional. La administración de justicia pronta y objetiva está en jaque. Se habla de grandes fugas de capital nacional hacia el extranjero. La migración al norte, lejos de haber disminuido se ha incrementado. Así podríamos enumerar otros claros flagelos.
También escuchamos sobre vínculos de políticos tradicionales con estructuras de negocios fraudulentos, así como de estrategias para atacar o acorazarse según convenga a cada quien.

Ninguna persona con dos dedos de frente y un gramo de decencia puede estar en contra del combate en contra de la corrupción. Es válido, sin embargo, cuestionar procedimientos irregulares y todo aquello que riña con garantías legales, sobre lo cual lamentablemente, también abundan casos.

Aprendí, que tanto en la Biblia como en el diccionario, la prudencia se encuentra antes que la sabiduría, por ello es que, más allá de la vanidad y el ego por ver: “quien tiene la razón, quién la culpa, quién las debe, quién las paga, quién y cuándo se dilucida lo anterior y cómo se desprestigia al que piensa distinto a uno”, es muy importante que empecemos a generar consensos, pues de lo contrario, lograr el Bien Común, entendido como el conjunto de condiciones que permiten la superación de la persona viviendo en sociedad, parece un avión en picada próximo a estrellarse.

No hay nada más dañino para la prosperidad que vivir con miedo. Necesitamos recobrar la confianza y un ambiente que busque corregir el futuro no cambiar el pasado.

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