Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
La Guatemala que hemos construido es una de contrastes porque así como muchos tenemos oportunidades de primer mundo, la gran mayoría de los nuestros viven al día para intentar, literalmente, sobrevivir en las adversas condiciones con las que han tenido que lidiar desde que nacieron, y por eso tenemos los indicadores de desarrollo tan vergonzosos que nos acompañan, y por ello también es que la gente es nuestro principal producto de exportación.
Durante mucho tiempo han existido aquellas voces que dicen que lo que hemos podido avanzar económicamente hablando, ha sido gracias al esfuerzo de aquellos que se han aventurado para poder no solo generar riqueza, sino oportunidades y trabajos para millones, aunque el esfuerzo empresarial que hemos hecho no ha sido suficiente para ofrecer oportunidades a otros tantos millones que hemos dejado atrás como país, y que piden a gritos una oportunidad la cual, generalmente, encuentran en el mercado laboral de Estados Unidos (aunque sea en condiciones fregadas).
En otras palabras, muchas de las pláticas que he tenido en el transcurso de estos dos años, dan cuenta de la importancia que ha tenido la capacidad de emprender de muchísima gente y el espíritu de otros tantos de proyectarse al mundo para seguir creciendo y generando oportunidades, y por eso es que no deja de llamarme la atención cómo es que algunos están dispuestos a retroceder y aislarse porque estiman que deben tomarse medidas drásticas con tal de salvar el pellejo.
Si en las condiciones actuales somos un país que en gran medida fabrica pobres y que lo ha venido haciendo sosteniblemente desde hace varias décadas, no me quiero ni imaginar lo que puede llegar a ser un escenario de aislamiento frente al mundo porque se opte por la opción de la destrucción colectiva con tal de las salvaciones personales.
Nuestros problemas, los vicios y la misma corrupción han hecho un calvario para los inversionistas serios que se ven a palitos y aguantan sólo porque (a pesar de las brechas) la nuestra es la economía más atractiva de Centroamérica (¿hasta cuándo?), pero creo que si nos decidimos a destartalar lo que ha permitido evidenciar nuestra realidad, vamos a pasar ratos muy negros.
En buenas condiciones, los retrocesos implican años perdidos, pero en malas condiciones como las que atravesamos como país, los retrocesos pueden significar más décadas de atraso porque reconstruir sin el acompañamiento de instituciones fuertes y sin una ciudadanía activa, es como querer reconstruir después de un huracán categoría 5 sin dinero, sin maquinaria, sin gente y sobre terrenos aún anegados; en otras palabras, es imposible.
Un problema no lo vamos a resolver nunca con otro más grande y más complejo, y es necesario que se entienda que una nueva Guatemala no puede pasar sobre las mismas bases que nos han servido para construir lo que tenemos hoy. Dicen que no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo aguante, pero creo que en las actuales circunstancias también vale la pena agregar que no hay capitales que puedan sobrevivir aquí en condiciones tan adversas, y por eso es que no debemos dejar que todo se tire a la borda por la molestia o incertidumbre de quienes están dirigiendo los hilos en esta etapa y que están dispuestos a pasar por la cabeza de cualquiera.
Lo he dicho y lo reitero, hay mecanismos y opciones más sencillas y menos costosos a nivel personal y de país que la que apuesta por derrumbar todo para consolidar una dictadura de la corrupción que más temprano que tarde nos pasará factura a todos, incluidos quienes pelean por asegurarla.