Mario Alberto Carrera
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Un matutino titula: “Presidente de Estados Unidos amenaza con recortar ayuda a Guatemala” y, aunque como nota periodística neta no debe hacer comentarios, se infiere, por el tamaño del titular, que es como un reproche por la especie de amenaza que en el contexto de la comunicación debe inferirse…

Insisto, desde hace mucho en las reflexiones que doy a la luz en este espacio, que la verdad no existe. Que existen tantas como frentes y tanques de poder puedan enarbolarlas como tales. Y es más: a veces la verdad ni siquiera se multiplica a escala de comunidades o tribus, sino de personas y de subjetividades. Ello es lo que llamamos en Filosofía, solipsismo.

Digo esto para que no se me tome a mal lo que voy a indicar. Y es que, desde su punto de vista, desde su óptica eminentemente estadounidense, Donald lleva razón en el reproche que nos hace en una de las líneas de la información que arriba evoco: “Les damos miles y miles de millones de dólares y no hacen lo que se suponen (Guatemala, México, Honduras y El Salvador) deberían hacer. Y ellos lo saben. Pero vamos a tomar una acción muy dura”.

Pocos hechos son tan sensibles desde de la perspectiva de los puritanos gringos (puritanos muy sui generis) que el consumo de drogas dentro de su país. Y Trump es uno de ellos o, más bien, su máximo exponente no sólo como su Presidente, sino como uno más de los que defienden la blanca perfección de la raza aria -de los Estados Unidos- que es manchada, se mancha o se deja manchar por la mácula del consumo especialmente de cocaína.

En esto hay dos “verdades”. Una, la de Donald y compañía que están seguros de que sus juventudes –sobre todo– deben ser librados de la tentación (no nos dejes caer) antes de que los narcóticos rebasen las rubias fronteras; y, la otra, la “nuestra” (porque no la compartimos todos) que consiste en pensar que la culpa en el consumo es de los Estados Unidos, porque no son los suficientemente eficaces para educar, orientar y dirigir a sus jóvenes hacia la evitación del consumo. Y que si nosotros cultivamos, fabricamos y traficamos con cocaína –sólo por poner un ejemplo– es porque los Estados Unidos la demandan.

Pero resulta que es Donald y sus electores –que siguen sumándose por millones y millones, porque la inmensa clase media continúa apoyando sus tesis eleccionarias– quienes tienen el mayor poder del mundo, todavía. Y quien tiene el poder total es capaz de imponer “la verdad totalitaria” orwelliana: efectivamente, Estados Unidos paga (según ellos ¡muy bien!) a sus choleros del patio trasero, guatemalteco, hondureño y salvadoreño para que sus policías y autoridades y Estado en general, detengan el trasvase de drogas a su territorio.

Es sabido, al menos por quienes nos procuramos enterarnos a ultranza de los “asuntos de Palacio” de nuestro país, que Pérez Molina y Baldetti cayeron porque habían convertido a Guatemala en un narco Estado. Y tal marca continúa impresa bajo el cogote del gobierno del payaso. Por ello EE. UU. facilitó las cosas (con todo y lo de “la Plaza”) para que el desgobierno de Pérez fuese tumbado. Y el payaso le hace ojo pache a lo mismo, desde hace meses sino años. Asimismo, es sabido que gran parte de la oligarquía y del Ejército guatemaltecos, apoyan y/o participan en el narcotráfico y, por lo mismo, en la corrupción y en la impunidad.

El punto de vista estadounidense o de Trump, es que hay que acabar con el narcotráfico para que se extinga la corrupción y la impunidad. El punto de vista “nuestro” es jugar con los tres elementos: narcotráfico, corrupción e impunidad como los merolicos y charlatanes de feria (compadres de nuestro Presidente) cultivando el narco tras bambalinas, con el Ejército, el Estado y la alta burguesía, pero rasgándose, falsamente las vestiduras, y apelando a la ejecución de la impunidad para terminar con la corrupción que con pasión perversa cultivan.

Por eso dice Donald en la nota que arriba menciono: les damos millones y no hacen nada por terminar con el narcotráfico, lejos de eso: sabemos que son ellos (los poderosos y represores) quiénes son sus demiurgos. En tal sentido, Donald lleva razón: Donald paga a sus choleros por una labor de excusado o de mingitorio que, lejos de realizarse como el patrón quiere, más bien se multiplica exponencialmente en manos de quienes en Guatemala, El Salvador y Honduras están pagados por Donald para extinguirla al cien por ciento.

La criada le resulta respondona a Donald. Y no sólo respondona sino altanera y corrupta, “impunidora” y “narcotrafincanta”. Y Donald se encabrona y, aunque su procónsul invite al payaso muy diplomáticamente a jugar al tenis en la 20 calle, uno de estos días se le calientan los meados a Trump y manda una suerte de invasión como la panameña, la de Granada o como la ya vieja de Castillo Armas.

 

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