Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

“Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía.”
Séneca

Uno de los valores fundamentales del ser humano es el sabernos y que se nos asuma inocentes, hasta que, si y solo si, en sentencia firme, se declare a una persona culpable del delito de que se le señale, mientras esto no suceda, todos absolutamente todos, los seres humanos serán inocentes.

La inocencia, es un estado en el que se presume el individuo no es culpable, y no deberá ser señalado como tal, la misma Constitución norma esta presunción, sin embargo, en los últimos tiempos, hemos sido testigos de lo contrario, se presume la culpabilidad invirtiéndose el ser del Derecho, por lo que la persona es juzgada y condenada mediáticamente, tanto en la mayoría de los medios tradicionales de comunicación, como de las redes mal llamada sociales, mismas que se han convertido en jurados populares, en las que seres anónimos, en juicios sumarísimos condenan al individuo sin que el mismo tenga derecho de defensa.

El agua derramada nunca podrá ser recogida, porque la misma se ha diluido entre la rumorología y la suposición, disfrazadas de verdad absoluta, y aunque, en algún momento pueda llegar la reivindicación por medio de la absolución de los jueces formales, la condena ha sido ejecutada, porque sobrevivirá aún después, de la partida real de la persona condenada por la masa.

Vivimos en la era de la tecnología, y en la de mayor estupidez intelectual, al ser expuestos, por voluntad propia o por circunstancias ajenas, en un mundo globalizado en una sociedad hambrienta de sangre, circo, y medias mentiras, calcadas como una verdad absoluta, y aunque se demuestre lo contrario, la mancha negra será siempre más recordada y visible que la hoja blanca, simulando las mismas, el decir de un juez popular y anónimo, y la otra la verdad transparente, después de un largo y tedioso proceso.

La alimentación del morbo por parte de cirios y troyanos, despoja al ente social de todo poder de reivindicación, no se puede dialogar, argumentar y defender una idea, postura, situación, posición o estado, ante el vacío de una caja que muestra una enconada mano que señala, con faltas de ortografía, palabras chocantes, burlas o menosprecio al o la condenados ¿Quién puede defenderse de la nada que se convierte en un todo invisible, pero sensible? Nadie.

En un tiempo, en el que las formas se han perdido, la acusación supera la defensa, la afrenta insustancial tiene más valor que el elogio de profundas consistencias, El Grito de Edvard Munch, se hace una constante, su cuadro más conocido, simboliza como ningún otro, al ser humano de estos tiempos en un momento de profunda angustia y desesperación existencial, por no ser escuchado, ya que el vacío es el único compañero, pues nadie escucha, ni escuchará la angustia que acompaña el ser y no ser, estar y no estar, el gritar mi argumento que nadie percibirá, mismo que traslada Munch, en la soledad en la que concibió la primera parte de la que sería su obra más emblemática, la sensación de soledad en el bullicio es seguramente lo que sienten los inocentes, que son fotografiados y posteriormente vilipendiados, en las diversas formas de comunicación, por delitos no cometidos, y que ninguna condena absolutoria desvanecerá, mucho menos borrará en el imaginario popular.

Viene a colación lo anterior, porque es más que notorio y obvio, que la Justicia Penal en Guatemala, se ha principiado a diligenciar, si así se le puede llamar, primero en los medios de comunicación y las redes “sociales” y posteriormente ante los tribunales, así que el caso en concreto antes del proceso formal, ha sido conocido, juzgado y condenado en los nuevos tribunales alternos, mismos, en los que quien quiera, en el anonimato, y sin conocimiento de causa, emitirá la condena, la que difícilmente dejará se ser parte de la vida del condenado.

Por lo anteriormente expuesto, cabe hacer una reflexión sobre lo que leemos, creemos, comentamos y expresamos, sobre lo que no conocemos, y que de una u otra forma, agrede al yo interno de un ser humano, distinto a nosotros mismos.

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