René Leiva

Kusigu, Nakao, en el camino de nadie a alguien tomó el atajo de cualquiera.

Kygachvili, Sergei, georgiano, precursor del cine crudo, sarazo, soasado o sancochado, alto en cafeína, elíptico, sugerido, soslayante, de párpados entornados, sonido evasivo y huidizo, trama cortada con sierra rota, hálitos trasnochados, secuencias inconexas, luz y sombra atomizadas. Cine, según Kygachvili, no comercial, no de consumo masivo, no para el premio castrante; de entonces intenciones predecesoras.

Lamañanita, Lico, gitano cantaor y bailaor andaluz, habiéndose quedado sin voz, por recomendación de su médico de cabecera se dedicó al estudio de los estorninos, habiendo llegado a ser Presidente de la Sociedad de Observadores de Pájaros.

Landívar, Doralicia, con incurable temor patológico al futuro cobijose en un pasado cada vez más lejano, del que para siempre negose a volver.

Leiva, René, dio continuidad y añadidura al Gran Diccionario Biográfico por sugerencia y deseo de su amigo y colega, profesor Nicolás Suescún, iniciador de tan magna obra. Pretendido biógrafo incidental de la levedad, la fugacidad y la amnesia.

Leyba, Cosme, polipsíquico e ideópata, sin moverse de su casa en la Tierra fue el primer poblador del lado oscuro de la Luna.

Lima Pocasangre, Mamerto, bachiller o perito contador, traidor a la patria, cobarde e hipócrita a partes iguales, anticomunista fanático, ignorante absoluto del comunismo, “oreja” (espía y delator) durante los gobiernos espurios de Castillo Armas, Ydígoras Fuentes y Peralta Azurdia, nunca se movilizó en las altas esferas del poder sino en traspatios de cuartel y meaderos de cantina. No se le conoció mujer pero tampoco era “hueco”. Imposible saber la cantidad de víctimas de su estupidez e ignorancia. El enésimo tonto útil que nunca entendió para quién trabajaba. Murió anciano y solo en el último cuarto de un caserón abandonado.

Loilo, cómico latino, murió atropellado por una litera fantasma en el centro de Roma.

López Chisec, Rubén, una mañana, de paseo por la playa del Pacífico guatemalteco, encontró una botella semienterrada en la arena con el acta de su defunción adentro, fechada ese día en la ciudad capital. Apenas logró llegar a tiempo.

López Ixcut, Angelina, con 21 años, su capacidad de asombro en política, partidos, administración pública, impartición de justicia y legislaturas se desbordó de manera irreversible y ya nada colmó su vacío ciudadano. Para ella el aristotélico animal político en Guatemala era una bestia depravada e irredimible. Tuvo cargos directivos e ideológicos en Abstencionistas Anónimos.

Lucas, Geoffrey, toda su vida mantuvo un cigarrillo apagado en los labios, el cual por las noches colocaba en un enorme cenicero bajo la cama.

Lucero, José Malaquías, a pesar de ciertas evidencias, siempre negose a admitir que en la Tierra hubiese vida. “La vida verdadera”, aseguraba, “está a una distancia aproximada de veinticinco trillones de milenios luz, año más, año menos.”

Ludivio de Sinecia, esculpió una estatua de la libertad y la justicia con rasgos africanos, erigida en el peñón de Gibraltar, destruida por los abencerrajes.

 

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(¿Por cuánto tiempo más aguantará el pueblo de Guatemala al Primer Ladrón, Corrupto y Sinvergüenza de la Nación?)

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