Alfredo Saavedra

Desde Canadá.- Millones de mujeres, en todo el mundo, el sábado pasado, recapitularon las demostraciones de enero de 2017, por entonces a sólo unos días de la toma de posesión de Donald Trump, de  la presidencia de los Estados Unidos, nación donde la presencia de las mujeres fue multiplicada, en particular como siempre, en las ciudades de Washington, Nueva York, Chicago, Los Ángeles, San Francisco, donde las manifestaciones sobrepasaron en gran medida a las del año pasado.

Fue significativa la asistencia frente a la Casa Blanca de mujeres jóvenes de ancestro latinoamericano, reclamantes dentro del concepto de “Soñadores” en el acuerdo DACA, que otorga protección a los hijos nacidos en Estados Unidos de inmigrantes indocumentados, proceso promovido por el expresidente demócrata Barack Obama y renuente a su aplicación por el presidente Trump, enemigo jurado de los inmigrantes que califica provenientes de “los países de mierda.”

En Canadá, por igual, las ciudades de Toronto, Vancouver, Calgary, Halifax y otras, colmaron sus calles con millares de mujeres, uniendo su voz a las mujeres de París, Madrid y otras ciudades de Europa, así también  de otras latitudes del mundo. Voz unánime que dentro de una inmensa agenda democrática renueva la demanda ya en progreso de profundizar las reinvidicaciones de la mujer para ocupar el legítimo derecho que la hizo acreedora desde hace más de un siglo a la igualdad dentro del contexto de lo que se denominó Derechos del Hombre, para convertirse con la propiedad adecuada en Carta de los Derechos Humanos.

Para ilustrar, con un solo ejemplo, el progreso de la mujer en el despertar de su participación dentro del colectivo humano, el corresponsal en Washington del importante diario canadiense Toronto Star, Daniel Dale, en su amplia crónica sobre las demostraciones del sábado, refiere el caso de la profesora Gwen Combs, una mujer de 43 años, cuyo despertar de conciencia se resume en la siguiente narrativa:

La profesora Combs dejó su puesto en la enseñanza para niños en la escuela elemental de Little Rock Stephens, para iniciar su campaña electoral para ocupar una silla en el Congreso Federal, en las elecciones de medio término de los Estados Unidos. La señora Combs, de acuerdo con el reportaje, “no perdía su tiempo hablando de política antes del año 2016, mucho menos en participar en un evento de esos, de no ser un cambio de actitud a raíz de la llegada de Trump a la Presidencia,”  personaje detestado por ella y otras mujeres de su círculo. De esa manera, encabezó la organización de la demostración en Arkansas, entre cuyas metas estuvo manifestar el repudio al nuevo gobernante estadounidense.

No era aislada la acción de la profesora Combs, al tomar en cuenta, conforme observadores, que de los dos millones de votos que sobrepasó sobre Trump, la candidata demócrata Hillary Clinton, en el voto popular, una considerable proporción de ese cómputo, correspondió al sufragio de la mujer. En votación que le fue birlada a la señora Clinton, a través del absurdo sistema del Colegio Electoral, que subestima el voto popular.

Como sea, aunque con antecedentes ya marcados con la presencia de mujeres en el cargo de presidentas o de primeras ministras, en Latinoamérica, Europa, Asia y África, la tendencia parece inclinar la determinación de las naciones y pueblos de llevar mujeres a las altas magistraturas, como puede ocurrir en los Estados Unidos en las elecciones generales dentro de dos años, con la probabilidad del triunfo de la carismática afroamericana Oprah Winfrey, filantrópica y muy popular como una mujer de origen humilde y por ello consecuente con las clases necesitadas de su país pero también de otras regiones del mundo. Ojalá que Oprah y otras probables candidatas dentro del cuadro de la política Demócrata, alcancen la presidencia de esa nación, para que se cumpla allí y otras regiones del globo la aspiración de ¡Las mujeres al poder!

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