Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Decidí dejar que pasaran algunos días para referirme a Ileana Alamilla Bustamante, persona ejemplar que considero uno de esos raros ejemplos que vale la pena destacar en este mundo en el que el pragmatismo de una modernidad que vive el día a día ha ido minando valores y principios, porque la humanidad cada día está más interesada en hacer que en valer y la vieja máxima maquiavélica de que el fin justifica los medios logró imponerse finalmente en este nuevo milenio.

Y es que realmente me sorprendió y dolió su deceso ocurrido en forma realmente intempestiva pocas horas después de haber vuelto a la Presidencia de la Asociación de Periodistas de Guatemala, entidad desde la que trabajó intensamente no sólo para defender a los periodistas amenazados por tantas fuerzas oscuras, sino también para proyectar una imagen de rectitud que tanta falta hace no solo a nuestro gremio sino a la misma sociedad guatemalteca.

Aunque creo que debimos ser contemporáneos con Ileana y su esposo Adrián en la Facultad de Derecho, la conocí cuando volvió del exilio en los años 90, trasladando a su patria la Agencia Cerigua que había dirigido en el exilio para divulgar la otra versión de lo que ocurría en Guatemala durante los años del enfrentamiento armado. En el diario Impacto, primero, y luego en La Hora usamos algo del material de la agencia en aquellos años en los que el terrorismo de Estado se encontraba en pleno fragor y pienso que eso creó el vínculo que llegó a ser muy estrecho, producto en lo que a mí respecta, de la admiración que siempre sentí por su compromiso coherente con sus creencias surgidas, como dijo Adrián Zapata ayer, de su formación católica. En un país en el que tener sensibilidad y solidaridad basta para recibir el sello mortal de comunista, emprendió el periodismo como su forma de aportar a la lucha por la justicia social en nuestro país. Quizá ello cimentó nuestra amistad.

No me cabe la menor duda de que pudo tener notable éxito en el ejercicio de su profesión de abogada porque tenía todos los atributos y talentos para lograrlo. Pero quienes la conocimos podemos atestiguar que “su éxito” no era lo más importante para ella sino que anteponía siempre lo que podía hacer por los demás. Como periodista no andaba en busca de premios ni de éxitos empresariales, que también los pudo tener, sino que luego del conflicto convirtió a Cerigua en un medio para dar voz a periodistas de provincia que no encontraban otro medio para informar de lo que pasaba en su terruño. Y fue en ese ámbito en el que descubrió cuán vulnerable es ese colega en recónditos lugares, expuesto a venganzas del narcotráfico o del poder corrupto en este nuestro país cuyo Estado cada vez se muestra más fallido e incompetente.

Las últimas décadas trabajó con obsesión en la protección del periodista en general y del de provincia en particular. Siento que no le dimos la ayuda que merecía y me queda ese triste dolor. Pero insisto en que su vida, su compromiso, su coherencia absoluta es ejemplo ahora cuando valores como decencia, integridad y valentía parecen puras y simples “viejadas”.

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