Juan José Narciso Chúa

La sociedad guatemalteca debe estar vigilante de todos los acontecimientos que han ocurrido en poco tiempo. Al fraguarse la alianza entre el Ejecutivo y el Legislativo, de inmediato se pasó a elegir una junta directiva de este organismo que fuera ad hoc a los intereses que se encuentran detrás de esta débil aleación. Al final los representantes de los organismos de Gobierno, del Congreso de la República y de las alcaldías, no son más que la expresión de grupos de poder que a partir de la irrupción de la CICIG y el MP, han resentido la pérdida de su poder, expresada fundamentalmente, en la capacidad de entretejer negocios alrededor del patrimonio del Estado, así como salir bien librados de la ilicitud de los mismos, para lo cual se tenía cooptados a los entes fiscalizadores del uso del gasto de gobierno, así como se aseguraba la lenidad de los organismos jurisdiccionales. Finalmente, como escribí hace buen tiempo y parodiando aquél viejo comercial de una tarjeta de crédito, “para todo lo demás, estaba la Corte de Constitucionalidad”, con los viejos conservadores al frente.

El trabajo inobjetable de la CICIG y el MP, prendió la llama de la indignación, con lo cual se volvió a recuperar el espíritu crítico de la ciudadanía, que manifestaba abiertamente como pueblo, reconociéndose de nuevo, como actor clave de su propio futuro. Todo ello fue entre abril y septiembre de 2015.

A partir de estas movilizaciones civiles, todo cambió. Se inició una nueva etapa en donde la actuación de la ciudadanía rompía esquemas y terminaba con su observación pasiva, para convertirse en un sujeto activo de cambio. Las elecciones constituyeron un obstáculo para continuar profundizando los movimientos reformistas. Sin embargo, las mismas también se revistieron de ese espíritu de renovación y votaron masivamente, a favor de un “aparente desconocido”, castigando con ello a la vieja política. Lástima que el supuesto novicio e inexperto, no era más que otro “viejo lobo”, que tenía viejos vínculos con la reiteración patrimonialista y aunque trató de mostrarse solícito con los vientos de cambio, al final, y en poco tiempo, mostró el cobre de su pasado y los verdaderos intereses de su gestión.

Sin embargo, la correlación de fuerzas de hoy no es la misma. Ciertamente la vieja política sigue parapetada en el Congreso de la República, de los actuales representantes muy pocos, y en el límite si no se afecta su protagonismo y liderazgo, pueden decirse que sobreviven. El Ejecutivo, fuera de la inutilidad del Presidente y Vicepresidente, constituye una maquinaria que se mueve desordenadamente y no consiguen articular un modelo, ni siquiera de sobrevivencia o decencia mínima. También hay que mencionar que los grupos que propugnan por la restauración del viejo esquema de espoliación del Estado, son fuertes y tienen poder; sin embargo, también se encuentran de espaldas a los nuevos tiempos, buscan afanosamente implantar una democracia conservadora con aires fascistas y sin ningún miramiento a un contexto externo que impone la profundización de la democracia y el anclaje de vastas reformas que cambien el derrotero inercial de nuestra sociedad, para constituir una matriz social más justa, más competitiva, más moderna.

Sin una oposición decente, el único funcionario que ha sacado la cara en contra de toda esta actitud vergonzante de los conservadores y criollos, ha sido la Fiscal General; sin embargo, dentro del Organismo Judicial, se reconoce el trabajo callado pero constante, de auténticos jueces que han constatado y hacen eco de la necesidad de cambiar y enfilar la justicia, como piedra angular del sistema político del país, hacia el rompimiento de la impunidad. Los fiscales del MP también sin grandes aspavientos hacen lo suyo, buscando enfilar hacia nuevos rumbos lejos de la impunidad. La Corte de Constitucionalidad, hoy es el eslabón más importante en la dignificación de la democracia y la reforma política. Los medios de comunicación, comprometidos con el cambio, han hecho su trabajo, cabe destacar la enorme aportación de medios virtuales, así como los peligros que acechan otros medios como Plaza Pública. Los columnistas también debemos unirnos a esta voz que busca defender la dignidad ciudadana y el porvenir de nuestra sociedad. Los Obispos ya establecieron, con claridad, su punto de vista y coincide con toda la ciudadanía decente. La cooperación internacional apoya decididamente el cambio y espera pacientemente, pero constituye hoy más que nunca un factor de cambio.

Todos los demás, no podemos quedarnos ni callados, ni ausentes, ni indiferentes, al contrario, críticos y vigilantes.

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