Fernando Mollinedo C.

La reacción de las corrientes favorables a los derechos humanos y las libertades fundamentales se ha extendido e intensificado a lo largo y ancho del mundo; en algunos lugares se espera su consolidación porque los poderes fácticos que maniobran para adueñarse de sus banderas tienden a neutralizarla y reconducirla para sus propios intereses.

Las clases dominantes siguen diseñando y aplicando sofisticados sistemas de propaganda y convencimiento para fingir que todo lo que hacen es en beneficio de la población, única destinataria de sus “altruistas” preocupaciones.

La permeabilidad de tales sistemas hace que las normas objetivas de observancia general y manifiesta vayan cayendo en desuso, sustituidas por otras que son conocidas como reglas “no escritas” inventadas a su modo por las redes del poder gobernante o bien creadas en el Organismo Legislativo mediante la persuasión económica a sus oponentes.

La continua prevalencia de la codicia de poder y dinero cuando se unen, potencian sus capacidades de dominación en forma recíproca, sus necesidades de convicción y supervivencia son el caldo propicio para el cultivo del engaño (léase propaganda y publicidad engañosa).

Lo anterior creó una “cultura de la sumisión” en la población que desempeña sus actividades en el aparato gubernamental, el poder político de los jefes se manifiesta con la actitud de destituir a los empleados que saben y tienen experiencia en el ramo y nombran sustitutos neófitos quienes con la conducta de sumisión hacia ellos, (los jefes) garantizan el cumplimiento de sus órdenes legales o ilegales.

Cuando veo el nombre de algún político que es señalado por corrupción, me pregunto: ¿Dónde están los ciudadanos honestos? ¿Los que prometieron servir con lealtad y patriotismo, los que deben ser ejemplo para los jóvenes?
Y surgen más cuestionamientos: ¿Por qué en campañas denuncian todas las atrocidades de los gobernantes y cuando ocupan cargos, comparten beneficios?

Conozco varios abyectos (Del latín abiectio, -onis. bajeza, envilecimiento o humillación) quienes tuvieron una formación con valores democráticos, pero la necesidad de sobrevivir los coloca como defensores del régimen que les da la oportunidad de un salario mensual para sostén de sus necesidades y una de las consecuencias de esa sumisión es LA SIMULACIÓN que consiste con especial énfasis justificar la política ensalzando el régimen de sus amos y señores.

Al justificar ese tipo incómodo de conducta suelen “autoconvencerse” que su actitud pragmática (genuina o espuria) representa los ideales de los que, revestidos de un ropaje ideológico, les es pertinente apropiarse. De esa forma se desarrolla un sistema de doble moral que en nada propicia el desarrollo de los valores humanísticos que tanto se echan de menos en la administración pública (y en la iniciativa privada también).

La política es engañosa. Cualquiera se considera político; sin embargo, los oportunistas sin ideología ni principios convirtieron el ejercicio público en una forma de vivir; critican a otros, pero cuando ejercen el poder actúan igual o peor que quienes los que dicen repudiar.

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