Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Esta semana que acaba fue una buena prueba de la pesadilla que puede llegar a ser este 2018 si dejamos que las fuerzas que no desean cambios maniobren a sus anchas y sin consecuencias sociales, y todo porque así sienten que se salvan de enfrentar lo que deben por esa obligación que todos tenemos de rendir cuentas por nuestras actos.

El jueves decía que están emborrachados de poder y ya tenían cocinado el pastel para cargarse al Procurador de los Derechos Humanos (PDH) porque no le perdonan que tras haberlo electo ahora resulte siendo una piedra en el zapato, y no le “pasan” el que haya presentado un amparo para evitar la expulsión de Iván Velásquez, misma que fue ordenada por el presidente Jimmy Morales.

El miércoles, aplicando la ley porque era conveniente, cesaron en sus funciones a Juan Solórzano Foppa de la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), y no era secreto para nadie que el mismo Presidente se quejó en este medio por la actuación del ente recaudador, lo que hizo muy claros los motivos, aunque el argumento jurídico fue otro.

Los diputados, calladita la boca, van en camino a aprobar sus convenientes reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, y muestran “tan buena” voluntad para aprobar sus cambios, porque saben que mantienen intacta su pistocracia que facilita la dictadura de la corrupción, como bien dijo mi padre esta semana.

Y estoy seguro que a los políticos, tanto del Ejecutivo como del Legislativo y no digamos a muchos funcionarios del Judicial, así como a varios particulares, no se les ha quitado la gana de quitar del camino a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) para luego asegurar un Fiscal General que “no se baile” y con eso, jaque mate.

Faltará más adelante la elección del Contralor General de Cuentas, y con eso se podrían asegurar que no haya entidad o persona que represente una amenaza para las cosas mal hechas y sin observancia de la ley.

Pero el titular de esta columna fue elegido con toda la intención porque tenemos que tener el valor de reconocer que hemos llegado hasta este punto porque, con acciones u omisiones, hemos sido copartícipes de este sistema. Muchos, quizá sin darse cuenta, no han dimensionado los daños que genera este sistema en el que vivimos el imperio del irrespeto a la ley y que hasta el 2015 daba certeza de que no pasaba nada.

Se dice que somos muchos los que estamos haciendo esfuerzos de cambio, pero lo malo es que parafraseando a doña Sole en los mitines, “no se oye, no se siente que la gente esté presente”. Ante la presión que se gestó desde el miércoles en la noche y jueves temprano, los diputados decidieron recular, momentáneamente, porque se supo que en los recintos del Presidente hubo movimientos nocturnos en los que seguro no estaban hablando del juego del Real Madrid. Pero los que son, vuelven diría Abdón.

Nunca antes en la historia hemos estado tan advertidos de las consecuencias que tendrá el no actuar, el que no podamos alcanzar acuerdos de Nación que nos permitan tener un futuro diferente. Nunca antes habíamos visto esa capacidad que tienen para unirse los que no desean cambios, puesto que son hábiles para dejar por un lado sus diferencias y luchar por un frente común, cosa que a los que buscamos ajustes para lograr un futuro mejor, nos cuesta un bigote.

Alguien abusado nunca deja de serlo hasta que dice “ya basta”, y lo mismo pasa con la sociedad. La arrogancia y la desfachatez de los operadores de la dictadura de la corrupción se acabará cuando se oiga y se sienta que estamos hartos, y que vamos por un cambio.

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