Alfonso Mata

Veintiún años del Acuerdo de Paz y desde entonces, se ha discutido con virtuosismo retórico sobre ella. Y desde entonces, partidos políticos y organizaciones civiles, han pasado divagando sobre su significado y realidad, en medio de una sociedad violenta, que no logra todavía liberación. Lo único que hemos logrado acallar es la conciencia, pero no hemos terminado con el problema de la muerte violenta.

La firma no requirió de empeño misionero, no requirió plaza pública; ni tampoco hubo invocación popular sobre ella y aparte del empeño internacional y de la cúpula de poderes en conflicto, lo que se produjo fue un documento con ideas en blanco y negro sólo para los contendientes. Viene a mi memoria el discurso triunfalista de un partisano “Ciudadanos, amigos, después de tantos dolorosos sacrificios, aquí estamos. Gloria a los caídos por la libertad”. Surge entonces la pregunta ¿dónde están los liberadores? que al carecer de respuesta, genera en la mente del guatemalteco, la sensación de que se vive en guerra permanente contra un fantasma. Por lo tanto, considero importante conocer el significado moral y psicológico de esta firma.

Hoy en día hay gente que considera que el acontecimiento de aquel diciembre del 96, fue la conclusión de un trágico episodio de división ideológica y que desde entonces, lo que no hemos logrado, es una conciliación nacional, entendiendo por eso, compasión y respeto entre grupos sociales. Pero, qué es respeto y compasión.

Si bien es muy remoto que vaya a aparecer o reaparecer un movimiento de la magnitud de los sesenta y setenta; desde esas fechas y detrás del régimen que nos gobierna, hay una ideología y una manera de pensar, de sentir, de hábitos, que se manejan como una nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones profundas de odio, rencor, venganza, envidias, ambiciones, que no nos quitamos los guatemaltecos de encima y que nos impiden la paz. Que constituyen características típicas de lo que han sido gobiernos y gobernanza y comportamientos sociales, encuadrados dentro de un sistema que no concluye, oculto dentro de una tradición de gobernar y relacionarnos, intolerante y llena de contradicciones, respecto a quién y para quién hacer gobierno y que no ha cambiado con firma alguna.

En segundo lugar, si bien ha existido avance sobre la cosa social y pública, este ha sido raquítico y no interpretado en todo su sentido, a la luz de los tiempos y la democracia. Basta con mirar las cartillas de los partidos, del agro y la industria, y nos encontramos con las mismas caras tradicionalistas, sincretistas, unas ocultas, otras públicas, que lo que han continuado forjando, es una nación llena de inequidades, injusticias y falta de oportunidades para todos.

Por lo tanto, es claro que estamos dentro de un sistema de paz, que rechaza el cambio y el modernismo, amarrado a valores basados no en libertad de oportunidades sino en camuflajes de concesiones, privilegios y disparidades de todo tipo, fortalecidas de depravación e injusta explotación y con actuaciones de gobierno, carentes de reflexión democrática alguna y de sospecha ante toda actitud crítica, que rápidamente es tildada de extremista y mientras la comunidad científica entiende la discrepancia como un instrumento de adelanto en el conocimiento y la ciencia, en nuestra comunidad político-financiera, esto es traición.

Nace y crece pues nuestra paz, en medio de una clase media con frustración individual y social carente de bases para el progreso, asustada por los grupos de presión de arriba y abajo y con el deseo de convertirse en pequeña burguesía. Nace en medio de una clase económica, educativa y socialmente pobre, sin claras oportunidades y carente de preparación para enfrentarse a la modernidad. Nace en medio de una clase empresarial con mentalidad medieval. De una sociedad, en que lo mental y su accionar, está separado de la moral. La paz no se puede dar, en medio de esa falta de identidad nacional y social.

Viene como cierre a esta reflexión la sentencia de Twain “El animal es un experimento y los humanos también. El tiempo dirá si vale la pena”. Horror y ambigüedad es lo que tenemos enfrente. A la fecha, la paz que tenemos, es un lenguaje oficial, que tiene muy poco que ver con la realidad cotidiana que hemos formado.

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