René Leiva

Ignonatus, natural de Zefronat, nunca quiso saber nada de nada, y a eso debió su nombre, porque el conocimiento, decía, es la condenación del hombre, pero no pudo evitar que la realidad se le revelara a través de los sentidos y entonces optó por una locura de renuncia y pasiva resignación cercana a la santidad.

Ilíaco, emperador romano nacido en Lisboa, perseguidor de paganos, politeístas, idólatras, gentiles e impíos, a quienes ordenaba arrojar al foso de los cocodrilos; en su ancianidad escribió un voluminoso catecismo y se le debe el acueducto de Iliacópolis.

Iliarico (San), obispo de Houston, se flagelaba con alambre de púas y tenía visiones beatíficas. Luchó por los pobres, los negros y los chicanos. Escribió en inglés y español su “Tratado del alma y el perdón”. Fue su deseo se le sepultara en Milán, de donde era originario, pero el gobierno norteamericano empleó tácticas dilatorias y los huesos del santo reposan en los límites de un campo petrolero.

Ilus, Matilde, dama predilecta del cardenal Montiel, se huyó con Carlos Buj a bordo del “Pelberón” y zozobraron en las costas de Bubanonia. El cardenal, indignado, perpetró la excomunión póstuma de su dama.

Illescas, Delia, desde su nacimiento hasta su muerte vivió en catorce casas diferentes, todas situadas, sin excepción, en callejones sin salida. Quiso la enterrasen en el callejón sin salida de cualquier cementerio.

Inesio, apóstol clandestino de Jesús, a quien ignoraban o fingían desconocer los otros doce elegidos; autor de un evangelio que difería totalmente de los cuatro conocidos, el cual fue tenido por blasfematorio e irreverente, se le anatematizó y destruyó en tiempos de Antón IV. Una secta inspirada en Inesio floreció en Takalik Abaj a finales del primer milenio.

Ipso Cadenas, Ulises, aseguraba que el yo o ego es un confesionario a mitad del templo oscuro y el retrete al aire libre. Su “Introducción Teleológica y Epistemológica a la Dialéctica del Ego”, en cuatro volúmenes, nunca se publicó ni se conoce su paradero.

Isabel, hija de doña Carlota, nieta de la dueña de “El Divino Rostro”, conocida como Mamá Encarna, madre soltera de Isabelita y Mercedes, hermana de la Sofi, la Filo, Adela, Cristina y Leonor, tía de Elena, María Eugenia, la Chochi, la Canche, Estercita, Margarita, Miriam, Cecilia, Martita, Angelita y Piedad. Abuela, en fin, de Chabelita.

Ixquí Tol, filósofo y sacerdote maya de Tayasal, Período Preclásico Tardío. Predijo la decadencia de su civilización y la invasión europea. Acuñó la frase “el tiempo todo lo borra”. Un collar suyo con dos flautas y seis caracoles se muestra en el museo de Babelsberg como trofeo del misterio.

Izalco Abarca, Clemente, en salas de cine y por televisión, acostumbraba ver sólo la primera o la segunda mitad de las películas porque, decía, dejaba las mitades no vistas para ejercicio de su complementaria e invicta imaginación.

Jafet-Strauss, León, profanaba tumbas en los alrededores de Erdely o Ardeal, según él en busca del eslabón perdido, hasta que un día (o noche) topó con el sepulcro de cierto conde Drácula. Se le sepultó allí mismo.

 

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