Mario Alberto Carrera
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25 de diciembre y 1 de enero
Los feriados del 25 y 1 cayeron –los dos– en lunes día que me corresponde, gracias a la amabilidad de los directores de este patricio medio, para la publicación de la columna que con tanto gusto vocacional elaboro para usted, lector.

No sé qué me ocurriría si interrumpiera esta relación con usted que me lee, porque para mí –hablar con usted– es fundamental y casi vital. Escribir y publicar viene siendo a lo largo de mi existencia algo tan natural como comer y beber agua o extasiarme ante el brillo del sol guatemalense. Por ello, haberle dejado de escribirle, digamos que por dos eternas semanas, fue un intervalo de silencio que ya no hallaba las horas de mitigar, romper y terminar.

¡Con qué placer reinicio el hilado de estos escritos que con ansiedad deposito ante usted, lector, esperando que le gusten, que le arranquen o le arrebaten un lúcido girón de su curioso intelecto al que apelo! Y no sin cierto temor a su posible desaprobación, a su censura y peor aún: a su desdén.

Siempre he sido tímido y a pesar de lo que en contrario opinen muchos, que me descalifican por arrogante, la neta es que más bien soy inseguro. Y es por eso que espero su sonrisa, que he estado aguardando por medio de este contacto (en apariencia distante, entre mi pluma y sus ojos) pero que para mí es cercano y casi íntimo. Asimismo, indispensablemente humano. Es la palabra lo que nos ha hecho hombres. Es la palabra la guardiana del más hondo aroma del ser. Y es la palabra, en mi mano franca, la que le ofrezco.

29 de diciembre
La oligarquía nacional –manipuladora a ultranza desde el Descubrimiento, la Conquista y la Colonia, y en 1996 bajo la encomendera presidencia de Álvaro Arzú– quien logró de nuevo falsificar la Historia y montar un tendido –de satánicas dimensiones y alcances– y en su espacio firmar dizque unos acuerdos de paz para lograrla.

De tan oscuro evento se celebraron en la fecha que arriba consigno (como parte policíaco) 21 años ya. Es decir, 21 años ¡sí! pero de la nueva guerra. De la nueva guerra civil que hoy mismo arrostramos. De un enfrentamiento armado interno que, por las mismas viejas y coloniales causas, continúa teniendo también los mismos efectos.

Como diría o dijo en su día el Príncipe de Lampedusa –padre literario del “Gattopardo”– se firmaron unos documentos que llamaron de paz (para aparentar que se arribaría a una paz firme y duradera como erección del demonio) pero puras tortas y pan pintado. Porque de tal cosa solo hubo papeles (tan sólo papeles cual el “bolerete” pegajoso) más la guerra siguió y sigue a más y mejor.

“Gattopardismo” del más barato, ramplón y cualquiera –como el adelantado– porque también la clase alta puede ser masa, según Ortega. Todo cambió, según ellos (la alta burguesía) con la famosa firma, para que todo quedara igual. Yo opino que peor.

Hubo menos violencia –aunque muy lamentable desde luego– durante la guerra civil de casi cuatro décadas, que la que enrostramos hoy: en los últimos 21 años. Y repito, por las mismas causas históricas y por la misma lucha de clases. Hoy son maras contra policía (Gobierno) de plomo–sobornables; ayer fueron genocidas contra poblaciones civiles no beligerantes. Pero por el pauperismo absoluto.

Lampedusa escribió aquella idea (y hoy locución célebre) referida a una guerra menos sucia que la nuestra: tiempo más tarde e inspirado en las lucha por la unificación y unidad de Italia. Lo nuestro es de laya más hedionda y sin rasgo alguno de aquellas patricias confrontaciones itálicas.

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