Fernando Mollinedo C.
Las constantes noticias que informan de los muchos adolescentes que participan en actos ilegales como robos, asesinatos, coacciones, desmembramientos y otras conductas determinadas como delitos, nos parecen asombrosas.
La pobreza, abandono, violencia física, a veces sexual pero casi siempre psicológica, la falta de oportunidades y la desorientación parece que son el caldo de cultivo para imbuir a cientos de niños y adolescentes a vivir en el mundo del crimen sin que tengan una idea respecto a la gravedad del asunto.
Desde los últimos años de la niñez, muchos niños ya están enrolados en la delincuencia organizada y más allá de ser simples “banderas” y realizar venta de drogas al narcomenudeo, también son transportadores, ejecutores y sicarios. Esta convulsa época no es exclusiva para señalar a los niños y adolescentes transgresores de la ley, de ser algo inusitado, raro o esporádico; ellos están enrolados en la delincuencia organizada, pues los delitos de alto impacto en los que participan y el contexto en que se cometen, más los móviles que resaltan dicho fenómeno.
Los adolescentes de barrios marginales son utilizados como mano de obra barata, pues la infinidad de muchachos de ambos sexos están en disposición de correr la “aventura” que les dejará unos cuantos quetzales a cambio de una actividad que parece fácil y los transporta a la ilusión de estar viviendo el sueño narco: dinero, mujeres, camionetas de doble tracción, pick ups de doble cabina, los cuales son espejismos de la vida que se muestra en la narcomúsica sin mostrar la crudeza de esa realidad.
A los narco juniors adolescentes, pudientes en el rango económico, los utilizan para la distribución en sitios de élite como colegios y discotecas, aprovechando su conocimiento de otras redes y lavado de dinero mediante la constitución de empresas formales, establecidas legalmente, usando a los más jóvenes como testaferros, guardianes de las “casas de seguridad” y después convertirlos en sicarios en lugares no conflictivos inoculando delincuencia a ese estrato social.
La dinámica de los grupos delictivos considera que la vida de estos niños y adolescentes no vale más que la de sus víctimas, pues son considerados “desechables” porque en esas organizaciones no buscan formar líderes ni crear una escuela para que cuando sean mayores “sean mejores”; los usan y se deshacen de ellos. Al entender este fenómeno, se puede pensar que muchos de ellos ni siquiera logren vivir veinticinco años.
Si acaso hay alguna autoridad que crea que este problema es de su competencia, podría de manera urgente aplicar campañas sociales de fortalecimiento de la familia con la visión moral para evitar que los niños crezcan en el abandono familiar e institucionalmente favorecer el acceso a la educación por medio de los Aparatos Ideológicos del Estado (Radio, televisión, publicidad en todas sus variantes y en varios idiomas nacionales) generando más oportunidades para el crecimiento educativo formal e informal.
La corrupción es la madre del narcotráfico y de la impunidad; también es hermana de la DEBILIDAD INSTITUCIONAL.