Grecia Aguilera

En la Basílica de San Pedro el Santo Padre Francisco pronunció su última homilía para despedir el año 2017, dentro de la cual se refirió al tema de la guerra manifestando que: “Las guerras son fruto de un orgullo reincidente y absurdo. Pero también lo son todas las pequeñas y grandes ofensas a la vida, a la verdad, a la fraternidad, que causan múltiples formas de degradación humana, social y ambiental.” Y agregó que él rehúsa toda “obra de muerte, mentiras e injusticias.” Reiteradamente el Papa Francisco ha manifestado que en la actualidad prácticamente se vive una “tercera guerra mundial a pedazos” y él en definitiva hace todo lo posible para interceder por lograr la Paz; porque el Santo Padre sabe muy bien que la Paz simboliza la esperanza de poder seguir adelante, de continuar avanzando en nuestro diario vivir. Hay que meditar y recordar que durante una guerra y después vienen la destrucción, la desgracia y la miseria; la vida se convierte en una tragedia diaria porque entonces no hay alimentos, agua, electricidad, combustible, medicamentos, ropa, trabajo y muchas otras cosas esenciales para los que logran sobrevivir. Las generaciones actuales deben rechazar las guerras, la juventud de hoy debe tomar conciencia, ser generosa y con su trabajo y esfuerzo estar dispuesta a levantar la voz para evitar más destrucción en el mundo. Pienso que toda acción positiva puede llevarnos a construir la Paz. Asimismo la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó una significativa fotografía, que para mí es muy intensa y hasta punzante; el Papa Francisco la eligió para reflexionar sobre los efectos devastadores de la guerra y a un lado de la imagen se lee: “El fruto de la guerra/ Francisco.” En la parte posterior de la misma dice: “Un niño que espera su turno en el crematorio para su hermano muerto que lleva en la espalda. Es la imagen que tomó un fotógrafo americano, Joseph Roger O’Donnell, después del bombardeo atómico de Nagasaki en 1945. La tristeza del niño sólo se expresa en sus labios mordidos y rezumados de sangre.” La dolorosa imagen en blanco y negro deja ver a simple vista la tragedia y el terrorífico resultado de la Segunda Guerra Mundial. Según las noticias del Vaticano en 1995 el autor de la fotografía comentó: “Vi a este niño que caminaba. Tendría unos diez años. Noté que cargaba a un niño sobre sus espaldas. En esos días era una escena muy común en Japón. Con frecuencia nos cruzábamos con niños que jugaban con sus hermanitos o hermanitas en la espalda, pero ese niño tenía algo distinto.” Joseph Roger O’Donnell nació en Pensilvania el 7 de mayo de 1922 y murió en Nashville a los 85 años de edad. O´Donnell era un sargento de infantería y experto fotógrafo por lo que fue encargado durante la Segunda Guerra Mundial para documentar los “efectos de los bombardeos”, siendo su principal objetivo fotografiar la destrucción de las bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente. Todas las fotografías que captó resultaron impresionantes, tremendas e históricas. Una de las más reconocidas fue precisamente la que escogió el Papa Francisco en las vísperas de este Año Nuevo, y me recuerda mi poema que dediqué en el año 2005 a Hiroshima y Nagasaki: “Envenenada lluvia infernal/ sangrantes llamas/ fúnebres gritos/ de moribundos huesos/ en una ciudad inexistente./ El terror es extremo/ invade la bóveda celeste/ y la mañana se vuelve noche/ y el sol no nacerá más./ Todo es fuego/ y el aire no es aire/ y la funesta explosión/ ha convertido la ciudad/ en ciudad-sombra/ en ciudad-lágrima/ en ciudad-polvo/ en ciudad-muerte./ Sesenta años después/ los esqueletos pulverizados/ en oscura ceniza/ se levantan/ y aun gritan/ y aun lloran/ arrodillados y humildes/ se rinden de nuevo/ renuncian/ un eterno escalofrío/ no los deja descansar.”

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