Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

El día martes publicamos un informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que realizó con otras entidades de gobierno, y los resultados son más que preocupantes porque revela, entre otras cosas, que el 92.5% de los niños retornados trabajaron antes de migrar.

Es necesario matizar los efectos que esto tiene en nuestra realidad como país y de los grandes problemas que eso nos presenta a futuro, porque nunca podremos ser una sociedad diferente si no decidimos hacer descaradas inversiones en la gente y en su desarrollo humano integral.

Y ahora que estamos en la época de Navidad, tiempo en el que mucha gente piensa en regalar más allá del nacimiento del niño Jesús, veo una vital necesidad de que en el país asumamos el compromiso de “regalar” educación para nuestros jóvenes porque las estadísticas son patéticas cuando vemos que nuestros niños para sobrevivir deben trabajar y su otra opción es migrar. Ese regalar empieza con políticas públicas encaminadas al efecto.

Trato mucho de ponerme en los zapatos de esos padres que se deben resignar a que sus hijos sean trabajadores desde temprana edad para ser un brazo más de ayuda que quizá, ayude a romper el círculo generacional de pobreza que aqueja a toda una familia y cuando no lo logran, ven el sacrificio de ir a Estados Unidos como “el camino” para tener una vida.

He dicho en el pasado que yo no nací en cuna de oro, pero gracias a un esfuerzo honrado, mis padres me pudieron granjear educación que me ha permitido superarme y a la vez entender que los que hemos podido avanzar, tenemos una harta obligación de aportar un grano de arena para incidir en el futuro del país y en especial de los menos privilegiados.

Ejerciendo como abogado me topé con una situación grave, pues cuando unos clientes dijeron que deseaban explorar la posibilidad de traer a Guatemala alguna planta de manufactura de Venezuela, desistieron de su esfuerzo porque al hacer los estudios se dieron cuenta que nuestro país no tenía mano de obra calificada para llenar los puestos de trabajo que se deberían abrir al impulsar algo así.

El mismo José Alejandro Arévalo, ahora Superintendente de Bancos, otrora Ministro de Finanzas, contó que perdimos el pulso por tener aquí a la planta de Intel que se instaló en Costa Rica cuando pidieron el parque de ingenieros que había producido el país y se dieron cuenta que en esa asignatura estábamos mal.

Los que deseamos seguir generando riqueza sin dejar a tanta gente atrás debemos entender que con la paupérrima inversión que hacemos en nuestros hermanos no vamos a ningún lado. Con los indicadores humanos que tenemos, estamos condenados para siempre.

Se acerca la Navidad y es momento especial que nos permite una meditación única en el año, y lo invito a que piense en esos miles que no tienen la oportunidad de educarse porque deben ocuparse para comer, para que sus familias puedan aspirar a un futuro mejor, aunque sepan que sin estudiar se fijan un techo muy pequeño de superación en las filas del bien.

Guatemala no será diferente hasta que no seamos necios para invertir descaradamente en nuestra gente, en su educación, su salud, su seguridad y su bienestar.

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