La forma en que se habla de la “institucionalidad” nos muestra cuán fácil es manosear el término para que sirva de escudo y parapeto de un montón de pícaros. Hace más de ocho años las Fuerzas Armadas de Honduras derrocaron a Manuel Zelaya porque, según el argumento, su propuesta reelección violaba la institucionalidad constitucional de ese país y la decisión de la milicia fue respaldada por algunos influyentes miembros de la comunidad internacional, lo que hizo que se consolidara el cuartelazo. Ahora, ante una reelección también violatoria de la Constitución y además amañada con un fraude electoral, esas mismas Fuerzas Armadas no han dicho nada y la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos y la cacharpa llamada OEA, están manteniendo el apoyo al Presidente Hernández en contra de las denuncias y resistencia de la población.

Estados Unidos está jugando con fuego porque al apañar un fraude electoral y una reelección espuria, está abriendo una Caja de Pandora en la región. Es cierto que Hernández es un aliado confiable y que se ha comprometido a luchar contra el narcotráfico y la migración ilegal, temas que interesan a Washington, pero eso no justifica que se defienda lo indefendible y demuestra que no hay apego a valores ni políticas basadas en principios, sino únicamente acciones por conveniencia. Si el intento de reelegirse de Zelaya fue visto como ilegal y justificó la asonada, cómo es que ahora, con la misma Constitución sin reformas, se avale tanto en Honduras como en otros países, la acción de Hernández que atenta contra un principio fundamental en países como los nuestros que han sufrido tantas dictaduras.

Nótese lo que pasó en Nicaragua, donde el pueblo se embarcó en una tremenda lucha para derrocar a los Somoza que hicieron de las reelecciones su arma para eternizarse en el poder y usaron los fraudes electorales a sabor y antojo. Encumbrado en el poder Daniel Ortega ha repetido la historia de los Somoza y el país se ha sometido como se sometió con los anteriores tiranos. Guatemala, El Salvador y Honduras tienen la misma historia que Nicaragua en materia de reelecciones y no pueden permitir que se vuelva a ese oprobioso pasado porque, como lo está demostrando Hernández, es muy fácil manosear los resultados electorales y mediante fraudes, aunque sean burdos, mantenerse en el poder eternamente.

La institucionalidad es planteada por el mediocre Almagro como pretexto para avalar una ilegal reelección y, peor aún, un inmoral fraude electoral, siguiendo los dictados der Washington que quiere tener de aliado a un buen títere ya probado.

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