Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Aunque se trata de textos escritos hace milenios, uno siempre puede encontrarle un sentido práctico para la vida diaria a las lecturas de la palabra de Dios en la misa dominical, lo que me ocurrió ayer cuando el sacerdote coreano del que ya he hablado, centró su homilía en el tema de la conversión y la explicó con mucha precisión en el sentido de que tenemos que transformarnos en algo distinto a lo que somos y hemos sido, dando un viraje de 180 grados a nuestras vidas.

Por supuesto que el sentido es eminentemente espiritual, pero se aplica perfectamente a la realidad que estamos viviendo en Guatemala, donde es indispensable que los ciudadanos nos convirtamos para permitir la transformación del sistema que nos ha sometido a la dictadura de la corrupción. Hace algunas semanas me reía yo de un “político” que escribió un artículo diciendo que ellos, los políticos, tenían que dar un viraje de 360 grados si querían subsistir. Era evidente que esa persona no entendió ni jota de trigonometría por el sentido que le puso a sus palabras que significaban exactamente un giro de 180 grados, pero su resbalón permite reflexionar sobre otros, más vivos, que reamente están en la línea de ofrecernos como solución ese viraje de 360 grados, es decir, que nos haga dar una muy larga vuelta para volver exactamente al mismo punto en el que nos encontrábamos, porque la idea es justamente la de no cambiar absolutamente nada.

Para los católicos el Adviento es un llamado a la conversión para prepararnos a recibir al Hijo de Dios, lo cual nos debe obligar a una revisión profunda de nuestras vidas. Y en nuestro medio tenemos que aceptar que nos llegamos a acostumbrar de tal manera a la corrupción que se ha extendido en tantos sentidos de la vida diaria que la asumimos como algo normal y dejamos de verla como un vicio causante de muchas de nuestras desgracias pero, sobre todo, de esa sociedad tan desigual, donde unos pocos gozamos de oportunidades y privilegios mientras el resto, la mayoría, vive en el ciclo generacional de la pobreza sin esperanzas de salir de esas condiciones porque en vez de estar pensando en invertir en la gente y políticas de desarrollo sostenible, el único motor de las políticas públicas es la corrupción.

Creo que el destape de esa corrupción ha hecho que muchos entiendan la dimensión del problema y sus funestas consecuencias para tanta gente, pero no les es fácil convertirse si ello significa que tienen que expiar alguna culpa y por ello prefieren ofrecer la alternativa de un giro de 360 grados que es sinónimo de aquella expresión de cambiar para que nada cambie. Y a lo mejor es tiempo de que como sociedad asumamos alguna postura para facilitar esa “conversión” entendiendo que se trata de una abrumadora tendencia a ver como normal esa vida en la que nada se hace si no hay alguna ganancia perversa que despoja a otros de la inversión social tan necesaria para asegurar oportunidades para todos.

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