Danilo Santos
Cuenta mi historia me dijo el niño, y bueno, cómo no hacerle caso. Aquel muchachito llegaba en bicicleta desde su aldea al paso fronterizo entre Honduras y Guatemala, dejaba su caballito de acero recomendado en una tienda y se subía a una camioneta rumbo a Puerto Barrios, en el cruce bajaba y otra camioneta para Santo Tomas de Castilla; doce años y ya tenía una rutina de adulto para ganarse la vida. El viaje era para vender helados el fin de semana y así juntar dinero para su familia y poder ir a la escuela de lunes a viernes.
Puntual llegaba los viernes por la noche a la casa del dueño de las carretas de helados, no hablaba, iba directo a dormir. Al día siguiente, muy temprano, recibía su carga de todos sabores y después de desayunar una tortilla de harina con frijoles y café, se iba a empujar la carreta por donde calculaba habría venta. Su primer recorrido era el de las colonias Banvi I y II, luego se dirigía a la calle de “El Campón” y a la hora de más calor iba llegando a la Posa y luego se iba a dar vueltas a la Playa.
En un buen día, a las tres o cuatro de la tarde ya había vendido todo. Dejaba la carreta recomendada donde doña Chata (bien escondido en el eje de las ruedas, el dinero del día) y se metía a nadar a la Poza. Luis se llamaba aquel patojito. La mayor parte del tiempo permanecía callado, observando, comiéndose el mundo con los ojos, buscando algo. A las cinco de la tarde se iba a guardar la carreta de helados; más tortilla de harina, café y frijoles, y a dormir. El domingo salía más temprano, se apostaba afuera de la iglesia después de la misa de ocho, luego daba vueltas por el parque y casi siempre eran suficientes esos dos puntos para terminar con la carga de paletas, conos y demás que llevaba en aquella balsa de colores que empujaba. A las tres de la tarde ya estaba entregando cuentas para recoger lo propio y empezar el viaje de vuelta hasta su bicicleta en la frontera.
Semana tras semana, todos los viernes llegaba Luis, a quien le pusieron de apodo “Elián” (por el niño cubano que fue llevado en balsa a Miami y recuperado luego por su padre; con la ayuda de Fidel). No fallaba ni se quejaba ni rompía aquella rutina ingrata y heroica. Hasta que un día no se apareció más. Quién sabe qué fue de él. Quién sabe si ahora es uno de esos policías hondureños que sabe lo que es ser pueblo y se niega a reprimir a los suyos. Quién sabe si encontró una carreta más cercana. Si siguió estudiando y ayudando a su familia. Quién sabe. Pero hoy me habló a través de los ojos de otro niño y me pidió que contara esta esquinita de su vida.
Un abrazo a las y los Elianes catrachos que no se rinden y que ahora resisten.