Javier Monterroso

En 1823 el presidente de los Estados Unidos de América James Monroe explica en un mensaje al Congreso de ese país la llamada “doctrina Monroe”, una de las líneas esenciales de su política exterior y que se sintetiza en la frase “América para los americanos”, era básicamente una advertencia a las potencias europeas de la época (Inglaterra, Francia y España), que los EE. UU. no aceptaría su injerencia en ninguna nación de la recién independizada América. En 1904 otro presidente de ese país Theodore Roosevelt hizo un corolario de esta doctrina con su famosa “política del gran garrote”, mediante la cual los EE. UU. legitimaba el uso de la fuerza contra otros países americanos para defender sus intereses, desde entonces se aplicó la frase “América para los estadounidenses”, y con base en esta doctrina se realizaron intervenciones como la realizada en 1954 en Guatemala, con el plan PBSuccess por medio del cual EE. UU. apoyó logística militar, económica y políticamente el derrocamiento del gobierno de Jacobo Árbenz.

Los tiempos cambian, la Guerra Fría terminó, y Estados Unidos es el principal socio comercial de Guatemala, sin embargo, estas doctrinas están aún vigentes, EE. UU. sigue interviniendo activamente en la política de los países latinoamericanos, ya sea por razones de seguridad para evitar que pasen drogas y/o terroristas hacia su territorio, o por razones económicas y geopolíticas, para impedir que las nuevas potencias mundiales China y Rusia sigan ganando terreno en América Latina.

Esos intereses norteamericanos a veces coinciden con luchas sociales legítimas como la lucha contra la corrupción, en la que los EE. UU. ha sido un aliado estratégico, es por ello que el exembajador Todd Robinson con su estilo irreverente y muy poco diplomático se ganó la admiración de muchas personas que apoyan esta lucha y también el odio de varios sectores que están a favor de la impunidad, al parecer el estilo y fortaleza de Robinson han sido factores que la administración Trump tomó en cuenta para nombrarlo en su nuevo puesto: encargado de negocios en la República Bolivariana de Venezuela, sin duda uno de los puestos más complicados para un diplomático norteamericano.

En contraposición su sucesor Luis Arreaga quien lleva dos meses de estar en Guatemala se ha mostrado sumamente cauto en sus relaciones con el Gobierno, y aunque en varias entrevistas ha declarado que el apoyo de los EE. UU. a la lucha contra la corrupción continuará, también ha dado señales desconcertantes como reunirse con el Alcalde de la Ciudad de Guatemala un par de días después de que la CICIG solicitara quitarle el antejuicio, o fotografiarse jugando tenis con el presidente Morales después de que este decidiera declarar non grato a Iván Velásquez, es posible que el hecho de ser guatemalteco de origen haga que Arreaga, para felicidad de muchos grupos oscuros, sea un Embajador mucho más suave que Robinson, o simplemente sea cuestión de estilo, el tiempo lo dirá.

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