Eduardo Blandón

Por años quizá no hubo palabra que escuchara con más frecuencia que esa relacionada con el llamado de Dios. Tener o no vocación era capital para quienes aspirábamos servir al Señor en ese estado particular de vida cristiana. Por ello pedíamos su gracia e intentábamos ser dignos de ella. Un maestro espiritual indulgente nos decía que “si no éramos llamados, era lícito pedirle a Dios que nos llamara”. Algo así como obligarlo con base en nuestra plegaria franciscana.

He leído recientemente la entrevista que el director de la “Civiltá Cattolica”, Antonio Spadaro, le hizo al Papa Francisco en el libro, “Adesso fate le vostre domande. Conversazioni sulla Chiesa e sul mondo di domani”, editado por Rizzoli, y apenas aparecido en el mes de octubre, y debo decir que la perspectiva del Papa es mucho más novedosa y amplia de lo que se nos proponía en el pasado.

Obviamente continúa su Santidad hablando de vocación, pero sin ese tono clericalista que invadía in “illo tempore” las aulas y capillas de los conventos. Pide el cuidado de los seminaristas y no deja de insistir en la atención a la formación intelectual de esos futuros pastores que predicarán la palabra de Dios en las iglesias o en los lugares de misión en general.

Se refiere también a la vida mística, sin descuidar el ascetismo o ese rigorismo de antaño más preocupado por el cilicio que lastima que la caridad cristiana y el celo apostólico arrojado al bien de las almas. Insiste en que los seminaristas sean conducidos con realismo y sabiduría, con diálogo y sin imposiciones. Mucho apostolado, viviendo la pobreza desde la propia experiencia, en los lugares de marginalidad.

Llama la atención, además, su confianza en el futuro de la Iglesia. Eso sí, siempre y cuando ella misma adopte la perspectiva ignaciana del discernimiento. Se trataría, según su deseo, de descubrir la voluntad de Dios desde la sabiduría de los ejercicios espirituales de san Ignacio. Lo cual no es fácil, insiste, porque requiere mucha sabiduría y mucha más oración. Orientar los caminos de la Iglesia desde los desafíos que presentan los nuevos tiempos.

Ello pasa, por ejemplo, dice, por dar más cabida a los laicos. Dejar ese espíritu principesco de algunos curas y religiosos con actitud cardenalicia. De aquellos que se sienten propietarios de la Iglesia y miran con desprecio a los laicos y más particularmente a las mujeres. Se trataría, repite, de dar más protagonismo a esa iglesia de los hasta ahora alejados. Vivir la experiencia religiosa desde la inclusión.

El libro es un “gioiello” y debe ser leído tanto por los curiosos como por los cristianos de buena voluntad que desean conocer la voz de su pastor. Bien harían estudiarlo, además, esos hombres que estando dentro de la Iglesia, al no tener vocación, fueron auto llamados para servir a Dios. De repente, se digne el buen Jesús transformarlos y hacerlos dignos de la misión que desempeñan (algunos) no tan coherentemente.

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