Víctor Ferrigno F.

Por su historia y su ubicación geoestratégica, Centroamérica solamente puede sobrevivir unida, por lo que el atentado a la democracia en Honduras nos afecta en todos los planos, especialmente en el político y el económico.

Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, China y el crimen organizado entienden claramente el valor geoestratégico de Centroamérica. Por ello, los tratados comerciales, las políticas de seguridad y migración, y las acciones de las trasnacionales del crimen tratan al Istmo como un conjunto territorial, social y político indisoluble. Solamente nuestros miopes gobiernos y las voraces élites dominantes se han negado a asumir esa realidad y siguen actuando como alcaldes de pueblo.

El Istmo es la puerta de entrada terrestre a la economía más grande del mundo, tiene costas en el Pacífico y el Atlántico, e históricamente ha sido el puente natural para seres humanos, culturas y especies animales y vegetales entre América del Norte y del Sur. Por el Istmo tienen que pasar, ineludiblemente, las interconexiones eléctrica, telefónica y de fibra óptica, así como drogas, contrabando y armas. Además, es el lugar en el que se ha diseñado un nuevo proyecto de canal interoceánico.

Si la estabilidad política del Istmo es endeble, la del Triángulo Norte es aún más precaria, entre otras razones por los bajísimos índices socioeconómicos: el crecimiento económico es bajo y no inclusivo; el 65% de la población en los tres países es menor de 29 años; el 30% de los jóvenes entre 14 y 25 años (1.7 millones) no estudian ni trabajan; el 57% de la población vive en pobreza, con altas disparidades territoriales; las tasas de homicidio son tres veces más altas comparadas con el resto de Centroamérica; estos países, son tres veces más vulnerables ante los desastres naturales que el resto de América Latina.

Por todo ello, el número de personas que han decidido migrar supera cinco veces el de los otros países de Centroamérica, alcanzando al 9% de la población.

Por consiguiente, las políticas comerciales, ambientales, sociales, energéticas y de seguridad deben pensarse y ejecutarse regionalmente. Por ello, Estados Unidos diseñó e impuso el Tratado de Libre Comercio y el Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte, y ha implantado varias bases militares en el área.

Viendo esta escueta caracterización regional, no podemos permitir que Juan Orlando Hernández de un golpe de Estado, atentando contra la democracia y convirtiendo a Honduras en un Estado fallido que, como un yunque atado a nuestro cuello, nos arrastre hacia un abismo de conflictos e ingobernabilidad, pues se disparará la migración y, con ella, las medidas represivas regionales de EE. UU. para pararla, pues la consideran un problema de seguridad prioritario.

Literalmente, la crisis política hondureña está creando el teatro de operaciones de un conflicto sociopolítico de dimensiones insospechadas, minimizado por las empresas de comunicación y la misión de observación de la OEA. En el sentido opuesto, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los DD. HH. (OACNUDH) han advertido sobre la gravedad de la situación, que ha dejado nueve muertos y quince heridos, se han suspendido garantías constitucionales y se han violado los DD. HH.

Más de un millón de hondureños manifestaron el domingo pasado contra el fraude, y la policía se declaró en huelga de brazos caídos, negándose a reprimir al pueblo, incluido el Batallón Cobras, la fuerza élite de los gobiernos espurios.

En Honduras se juega el futuro de Centroamérica, por lo que debemos apoyar a la Alianza contra la Dictadura, pues si la democracia sucumbe, volveremos al infierno de las guerras fratricidas.

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