Alfredo Saavedra
Desde Canadá.─ El sábado pasado 25 de noviembre fue conmemorado el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, esta vez con demostraciones en diferentes e importantes ciudades del mundo, que reafirmaron la denuncia sobre el fenómeno y la necesidad de prestar atención social y legislativa para la protección de la mujer y como corolario, de la familia.
Encuadrar la violencia contra la mujer con la denominación de terrorismo no es una hipérbole, por cuanto la realidad demuestra que, por ejemplo, el escenario donde un marido la emprende a golpes contra su mujer en presencia de sus niños, implica una visión de terror para los chicos, con su secuela de trauma permanente en sus vidas, en consecuencia un acto de terrorismo doméstico también.
Es en la vida cotidiana de millones de familias en el mundo, donde el cuadro de la violencia doméstica es un lugar común, a costa del sufrimiento de las mujeres y los niños y hasta de hombres cuyo remordimiento, si es que lo tienen, los conduce a la desesperación con resultados negativos para el grupo familiar. Pero también la violencia contra la mujer, en términos de abuso sexual, se extiende hacia las relaciones de trabajo, círculos profesionales y estudiantiles; políticos, del deporte y la vida en sociedad en su totalidad.
En estos días el escándalo de abuso sexual contra la mujer es de grandes proporciones y en los Estados Unidos hace crisis en la esfera política que envuelve aún al presidente Trump, quien tiene que atorarse con la espina de haberse declarado uno de esos abusadores y enfrentando un tornado de acusaciones pendientes de juicio legal. En todo lugar, fábricas, oficinas y otros centros de trabajo es común condicionar el otorgamiento de empleo a las mujeres a cambio de recibir favores sexuales, lo cual constituye otra oprobiosa forma de violencia contra la mujer.
El remedio para evitar tan complejo problema es de multiplicada complejidad también. Hay esfuerzos por parte de entidades de servicio social, investigación socioeconómica y organizaciones no gubernamentales comprometidas en soluciones permanentes hasta el momento no encontradas, pero sí en proceso de buscarlas o exigirlas por parte de entidades de derechos humanos como el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, en México.
Un informe de la mencionada entidad dice que los datos que maneja Naciones Unidas son alarmantes: una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física y sexual, el 35 por ciento de ellas a manos de un compañero conyugal. Uno de cada dos feminicidios fue perpetrado por sus parejas. (Feminicidio es un crimen de odio, que consiste en el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer. El concepto define un acto de máxima gravedad, en un contexto cultural e institucional de discriminación y violencia de género).
El fenómeno de la violencia contra la mujer tiene raíces en la cultura de los pueblos, en parte por la herencia de las religiones predominantes: Judeo-Cristiana y el Islam, que desde sus orígenes dieron preeminencia al hombre. El dogma de la Creación hizo dominante la figura de Dios como un varón que dio potestad al género masculino sobre la mujer. Ya en anteriores columnas de este espacio se han dado a conocer las diversas afirmaciones que hace la Biblia sobre el dominio del hombre sobre la mujer.
Tal vez en el futuro el proceso de evolución en la sociedad alcance niveles de educación que dentro de un sistema con énfasis en la reorganización social dé preferencia a la solución de los problemas como el de este enfoque. Eso, con la presencia de un Estado representativo donde la mujer tenga real participación para la toma de decisiones y materializar efectivas leyes para su protección.