Luis Fernández Molina
Por mi propia formación jurídica me llama la atención el concepto de “juicio” o de tribunal. Por eso, entre muchas otras razones, me impacta este pasaje del Evangelio que la litúrgica católica ha asignado para este último día del tiempo ordinario, como último paso -y muy oportuno para reflexionar- previo al período de Adviento. San Mateo quien describe un hecho que habrá de suceder en el futuro, acaso será dentro de muchos siglos o bien puede ser mañana; en todo caso es un anticipo que el mismo Jesucristo nos relata. Si alguna verdad tiene validez plena es aquellos dichos que han salido de los labios del Salvador. En pocas palabras no hay lugar para la duda.
No acostumbro comentar sobre estos temas ni soy experto en Teología pero yo, al igual que usted, estimado lector, vamos a estar presentes en ese evento y, vamos a ser juzgados y sentenciados. Se reunirán todas las naciones -en un contexto que solo Dios puede comprender- para someterse al veredicto del único Juez, veredicto que deberá comprender la gloria, para algunos, y la muerte eterna para otros. Es el capítulo 25 de San Mateo que comúnmente se conoce como “El Juicio Final” o “Juicio Universal”.
Como abogado me interesa mucho conocer las causas por las cuáles unos serán premiados y otros serán condenados. ¿Acaso será porque iban al templo, ayunaban, velaban o diezmaban? ¿Será porque eran inmunes a las debilidades humanas? ¿Será que por “buenos” y se las daban de “puros”? ¿Porque cargaban en procesiones o hacían vigilias? ¿Porque hacían donaciones? ¿Por abstemios? Realmente no se hará mención de esos hechos. Claro que todas las prácticas de virtud son buenas siempre que conecten con el amor. Si no tengo amor solo soy bulla y aspaviento (1 Cor 13). Y recordemos que la fe sin obras es fe es muerta (Sant. 2).
El juez separará a la muchedumbre poniendo a su derecha a las ovejas y a la izquierda a los cabritos. Se dirigirá primero a aquellos: venid benditos de mi Padre al cielo que se os tiene prometido desde la creación del mundo. ¿Por qué? Porque tuve hambre y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, desnudo y me vistieron, enfermo y me asistieron, encarcelado y me socorrieron. En su humildad se sorprenderán los justos: ¿Cuándo te vimos Señor hambriento, sediento, desnudo, preso, enfermo?
Acaso nos tranquilice pensar que no fallamos pues no negamos comida, agua o vestido pues “no vemos” gente hambrienta, sedienta o desnuda. Es que tenemos una visión muy “peliculesca” y dramatizada imaginando harapientos famélicos que nos tocan la ropa pidiendo socorro. Es claro que en esas palabras se comprenden aquellos que físicamente tienen hambre (Corredor Seco, aló), pero más engloba, simbólicamente, a todos aquellos hambrientos de afecto, de estímulo, aquellos sedientos de amor, aquellos desnudos de esperanza, aquellos enfermos por frialdad humana. Todos ellos que vemos todos los días. Al empleado que maltratamos, al compañero del que nos burlamos, al desconocido que nos pide paso, etc. Y, no se nos pase por alto que el Señor menciona a los presos. Serán delincuentes, pero también dignos de la misericordia divina. ¿Quién tira la primera piedra? Y ni mencionemos a los enfermos de nuestros hospitales… Ni a los migrantes. Vivimos en una sociedad muy hambrienta del verdadero pan.
Los condenados, en vana defensa, ripostarán ¿cuándo te vimos hambriento o abandonado y no te ayudamos? ¿Esperaban acaso, en su soberbia, que el Señor se les iba a manifestar con todo su esplendor? Ay de quienes detenta poder temporal y no lo usan por sus hermanos.