Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Tengo grabadas en mi memoria las respuestas que el presidente Jimmy Morales nos dio a La Hora en diversas ocasiones cuando se le cuestionó las razones para no liderar los cambios que el país necesita y nos contestaba que las modificaciones torales eran a través de leyes, que esas le correspondían al Congreso y que él era respetuoso de la independencia de poderes y que por tanto no se podía meter.

Siempre pensé e incluso una vez en una plática privada en su oficina le pregunté si no creía que eso era más excusa que una razón valedera, y cuando uno ve que Morales sí mete las manos por las cosas que le interesan, termino de confirmar que las respuestas del Presidente eran una forma “política” de evitar enfrentar la realidad.

Este y el año pasado hemos sido testigos de los esfuerzos de Morales por lograr su presupuesto. En 2016 fue célebre aquella reunión en Santo Tomás en donde, además, terminaron de armar la Junta Directiva de Óscar Chinchilla como parte del paquete y aunque lo negaron a capa y espada, las cosas quedaron más que en evidencia. Ahí dio inicio el Pacto de Corruptos.

Pero el momento cumbre del lobby de Morales en el Congreso llegó el Día de la Infamia, aquel ya lejano 13 de septiembre (y que parece más lejano porque a la gente ya se le olvidó) en el que dando un discurso les dijo: “legislen” y tras la partida del mandatario los diputados se pusieron manos a la obra.

Los que habíamos denunciado esa parte del Pacto de Corruptos con anterioridad, entendimos que ese “legislen” era el eslabón que hacía falta para terminar de corroborar que era el mismo Morales el que le había pedido a su Ministro de Finanzas que elaborara los textos necesarios y negociara para materializar los cambios en las leyes.

Recién el domingo hubo otra reunión secreta (¿si no tiene nada de malo, por qué hacerla secreta?) con los diputados para hablar del Presupuesto, pero eso nos deja en claro que Morales podría actuar de la misma manera para liderar los cambios que necesitamos con el afán de enfrentar los vicios del sistema, pero no desea hacerlo. No es que no sepa cómo, es simplemente que no hay interés en que se acaben los vicios que tantos problemas nos representan.

Sabiendo eso, es que mucha gente logró dar el “empujoncito” final que necesitó Morales para saltar al vacío (como dijo mi padre ese domingo 27 de agosto en la tarde) y por eso es que ahora tenemos que entender que la permanencia del Presidente en el poder es sinónimo de que el sistema continuará intacto e incluso, buscarán erradicar todo aquello que pueda representar alguna amenaza para los amantes y usuarios del sistema.

La comunidad internacional ha dado un compás de espera y solo Dios sabe cuál será la gota que rebalsará el vaso. Hace varias semanas escribí una columna titulada Un Morales que “esté quieto”, y decía que el gran problema es que el mandatario está maniobrando en favor del lado equivocado del futuro y de la historia; he pensado que Morales, como Otto Pérez, podría salvarse y pasar de villano a héroe si decide romper con sus “secuestradores” y sus círculos que lo nublan, pero no le veo voluntad y eso termina siendo como todavía creer en Santa Claus.

Debe ser duro estar en los zapatos de cualquier Presidente, pero debe ser más duro estar en los de Morales porque tuvo todo para pasar a la historia del país como un mandatario reformista que lideró el cambio que marcara la vida de millones (especialmente los menos privilegiados) y desperdició la oportunidad para hacer lo opuesto.

La misma Presidencia también permite ratos de soledad y aislamiento para meditar y tomar decisiones, y siempre he pensado que en esos momentos o en las noches, uno no se puede seguir engañando y enfrentar la realidad y saberse maniatado por voluntad propia, debe ser una cosa espantosa.

 

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