Edgar Villanueva

“We agree to disagree” (estamos de acuerdo, en que estamos en desacuerdo) dice un magnánimo dicho que expresan los estadounidenses cuando después de exponer opiniones opuestas sobre un tema, no se logra algún punto de encuentro entre quienes discuten. En ese país, como en otros del primer mundo, hace mucho tiempo se ha desarrollado una cultura profunda de diálogo y crítica constructiva, la cual les ha permitido avanzar eficientemente como sociedad.

A pesar que nuestros amigos del norte pasan en estos días por un momento político que no nos permite visualizar claramente esa cultura, sigo considerando que nos llevan, por mucho, la delantera en cuanto a la tolerancia frente a la diversidad de opiniones. Por el contrario, en nuestra Guatemala parece que cada día hay menos paciencia con aquellos que no piensan como uno quiere, y dependiendo del tema, surgen rápidamente mares de defensores de verdades absolutas, dando poco espacio para el análisis y la búsqueda de puntos medios.

Lo vemos en el Congreso, en donde los diputados o se alinean con las espurias alianzas políticas o quedan relegados a meros espectadores o dignos detractores de mayorías apabullantes que no se sientan a discutir con nadie una vez han cabildeado, comprado o cooptado, los votos que necesitan para cumplir con sus objetivos. Y también se refleja en las Cortes, cuando se critica a los Magistrados por sus votos disidentes, cuando en otros países, dichas opiniones son objeto de estudio en las facultades de derecho, pues se entiende que también existe un valor en el disenso.

Ese poco espacio para el diálogo lo sufre el Gobierno cuando, Joviel lo extorsiona con protestas sin opción de negociación. Y sin embargo, es quien lo aplica cuando no acepta la crítica ciudadana por no responder adecuadamente al clamor popular de combatir de frente la corrupción. Y en todos los espacios indicados anteriormente, el factor común es la intolerancia de enfrentarse al diálogo, al disenso, a la negociación o a la crítica porque no nos gusta cuestionar nuestras propias convicciones.

Ojalá entendiéramos que cuestionando lo que creemos, lo podemos validar, y que aceptar que estamos o estuvimos equivocados no nos resta valor. Ojalá pudiéramos ver las fortalezas de los argumentos de otro para apuntalar los nuestros y usar el diálogo como una herramienta de catarsis colectiva. Lamentablemente lo que nos gusta es tener la razón y escuchar nuestra propia voz y argumentos para sentirnos autovalidados. Por eso, buscamos a aquellos que piensan igual para sentirnos cómodos.

Salgamos de la zona de confort. Busquemos a aquellos que no piensan igual con la mente abierta. Encontremos las fortalezas que hay en el diálogo, la crítica y, sobre todo, trabajemos con madurez de la mano con quienes no estamos de acuerdo. Nos lo agradecerá la patria, la sociedad, nuestros hijos y sus hijos, pues estaremos abriendo las puertas de nuestra nación a un mejor futuro, uno donde todos podamos decir lo que pensamos y generar una cultura de diálogo constructivo.

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