Arlena D. Cifuentes
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El proceso de consecución de la paz en nuestro país llevó, como es sabido, varios años de “negociación”. En este, se discutieron intereses y beneficios por cada una de las partes en conflicto. Siendo veraces, hay que afirmar que la parte más favorecida con la firma de los Acuerdos fue la URNG, el pueblo de Guatemala no obtuvo nada, muchos ni siquiera se enteraron de su existencia. Simple y llanamente la firma de la Paz se traduce en la conclusión del conflicto armado interno. Es en este contexto en el que el alcalde Arzú se vanagloria de haberla firmado, un documento del que poco o nada sabía. El proceso que él se atribuye no le corresponde, es absurda la jactancia con que lo proclama. Hoy esa Firma es intrascendente, en parte porque los Acuerdos firmados no fueron vinculantes y por otro lado, porque contienen un sesgo ideológico tal y como lo hace también el REMHI y muchas otras publicaciones hechas por la izquierda frente a una derecha indiferente y tan fragmentada como la misma izquierda.

La Paz de la que hoy se habla, nada tiene que ver con dicha firma, aceptemos de una vez por todas, que los guatemaltecos no somos una sociedad pacífica ni mucho menos solidaria. Somos una sociedad fragmentada porque así convino a quienes llegaron a estas tierras para determinar nuestra forma de vida, la que más convenía a sus intereses y que se concreta en la sumisión y sujeción de los pueblos indígenas en aquel entonces, a lo que hoy se suma el ladino. Dicha actitud se prolonga hasta hoy día convertida en la mutilación de toda posibilidad de pensamiento, en la sumisión de las ideas, en la incapacidad de construir criterios independientes que puedan erguirse dignamente ante el manoseo y la manipulación de los mal llamados liderazgos.

Este es el freno determinante: Una educación restringida para la mayoría, una polarización que se sigue alimentando, promoviendo; y, acentuando los resentimientos, el odio, la ira y la necesidad de venganza. Para que la sociedad en su conjunto pueda buscar puntos de interés y sobreponerse a sus diferencias en la búsqueda de un objetivo común se necesita un cambio para el cual hace falta mucha conciencia y muchas ganas para influir en las nuevas generaciones. La Paz se construye, se siembra y pareciera ser que cada vez estamos más lejos de esta posibilidad.

Desde un inicio cuando se planteó la posibilidad de iniciar un proceso que concluyera el enfrentamiento armado interno la pregunta personal era si debía hablarse de “conciliación o reconciliación”. Desde todo punto de vista, una sociedad que no ha estado conciliada no puede reconciliarse. Hace falta mucha voluntad política y la deposición de intereses mezquinos para iniciar el camino, partiendo del hecho de que la búsqueda debe ser la conciliación de intereses.

De continuar la demanda de sectores que reclaman el castigo para los culpables de las desapariciones de sus familiares y vecinos la polarización se sigue acentuando. Es comprensible el sentimiento de dolor y el reclamo de justicia para quienes perdieron un ser querido ya sea en manos del Ejército o de la guerrilla, el problema de fondo es que seguimos trasladando este odio y repudio a las nuevas generaciones con lo cual sólo se logra agrandar la brecha entre hermanos, lo que se traduce en una sociedad más vulnerable y más fácilmente manipulable.

Es necesario hacer conciencia de ello, iniciar un proceso de perdón que pueda acercarnos poco a poco a la concreción de una sociedad conciliada, que pueda hacer un frente común ante cualquier amenaza o atropello que provenga de la clase política o de cualquier otro sector o país. Construyamos dignidad, basada en nuestra identidad y solidaridad como hermanos dueños de esta tierra, que nos exige actuar con responsabilidad.

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