Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

“Al dar derechos a otros, nos damos derechos a nosotros mismos.”
John F. Kennedy.

Probablemente, por la época que me ha tocado vivir, tengo bastante arraigado el respeto a los derechos fundamentales de la sociedad.

Pero, no existen los derechos absolutos, todo definitivamente todo, es relativo incluyendo en algunas sociedades el derecho a la vida, el que con tanto empeño en el país quieren regular, aunque me declaro contraria a la pena de muerte, ese no es el tema que me ocupa.

Como corolario de lo anterior, siempre he defendido y defenderé el derecho de manifestación, como una expresión de una colectividad, de desacuerdo con políticas implementadas por el Estado o la omisión de ellas, he vivido manifestaciones en otros países, y son tan respetadas como acá.

Pero en esencia, existen diferencias sustanciales entre manifestar un sentimiento de molestia, o petición de los gobernados hacía el gobernante, o de la población ante las instituciones que incumplen u omiten satisfacer necesidades básicas, y otra muy diferente son los bloqueos.

Veamos, existe un contraste más que obvio entre manifestar exigiendo un derecho, y bloquear el paso de personas, tan o más necesitados de otros derechos como los que bloquean cualquier paso o camino, que es de la sociedad en general, no de unos pocos.

Pero es más grave aún, cuando derivado de tergiversar un acto por demás legítimo, se pone en peligro el valor más importante que tiene el ser humano, sin importar, edad, condición, lugar o cualquier otra diferencia, y ese es la vida misma, ninguna conquista social es superior en forma alguna, ya que si existe un bien que el ser humano defiende, o debería defender es precisamente la vida.

Por tal motivo, estamos muchos convencidos que el Estado no ha satisfecho las necesidades mínimas, la más importante: La vida. No hay día que no exista una muerte violenta, pero si ese hecho ha llevado a manifestar precisamente por la falta de seguridad de la misma, ¿Es válido anteponer el bloqueo al sagrado derecho a vivir, por muy justas que parezcan nuestras causas? Todo, absolutamente todo tiene límites legales, morales, sociales y demás, pero la vida, además, si es una que recién inicia, tiene un valía más que superior.

Ludvin Bernal Tiul Chacach, era un niño de apenas 4 años, debido a la desinformación de la mayoría de los medios, unos aseguran que venía de un tratamiento de quimioterapia, mientras otros aseguran que sufría un cáncer óseo avanzado, situación que su madre conoció debido al informe médico, sin importar la versión de la madre, lo importante es que ella regresaba, a su pobreza económica, en la que viven un alto, pero muy alto porcentaje de connacionales, con su niño a darle lo que más podía brindarle: Amor, sin embargo, Ludvin agravó en el camino, llamaron a los bomberos, pero no pudieron pasar debido a los bloqueos.

¿Qué de igual hubiera muerto, como varios expresan en las llamadas redes sociales? Es cierto, como también es cierto, que podrían haber luchado por su vida, ¿Hubieran logrado arrebatárselo a la parca? No lo sabremos, pero sí que tenía como ser humano, y más aún un niño, a morir luchando por vivir, en una ambulancia, un hospital o en su humilde morada, más no en una camioneta extraurbana, siendo observado por desconocidos que lo acompañaron en ese trance que él desconocía, y que muchos no olvidarán.

¿Alguien va a manifestar por la muerte de Ludvin? ¿O por la forma en que murió? Es una utopía, muchos como él han muerto, y como él han quedado en el olvido de una sociedad enferma de indiferencia, en la que la calidad ha dado paso a la cantidad, lo que es lo mismo, los valores sagrados han dejado su espacio a la monetización de la conciencia, vales por lo que tienes económicamente, no porque eres un ser humano.

El derecho de manifestación es reconocido universalmente, pero no se debe confundir con el bloqueo de calles y carreteras, no solamente no tienen un efecto real, así que esperamos respuestas a la muerte de Ludvin, ¿Cuánto? Probablemente toda la vida, pero es peor no hacer nada, y ser parte pasiva de una sociedad indiferente.

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