Mario Alberto Carrera
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28 de octubre
La CC da una campanada jubilosa para el Humanismo.
Perseguidos ¡todos!, por el terror que no tiene rostro definido sino que, en nuestro pobre país viene siendo un alarido siniestro que se disfraza de diversos modos, mucha gente –desesperada indudablemente por la angustia cotidiana- clama porque se aplique la pena de las penas: la máxima condena de y en todos los tiempos.

Pero no es tan sencilla ni tan superflua la discusión ¡ni menos de tratar como si fuera un asunto superficial y no un debate sobre la vida misma y sus valores! Es axiomático –desde el punto de vista humanístico- que la vida debe respetarse y estimarse sobre todas las cosas. La inmensa mayoría -basada en criterios religiosos que yo no comparto, lógicamente, en mi incredulidad- pregona en sus iglesias que “sólo Dios da y quita la existencia”. Empero, ésta Guatemala, tan de procesiones y de holgorios piadosos, se inclina, masiva, por aplicarla a troche y moche, en aquellos “parias y parásitos” que han robado la vida a otros, porque –y esto lo veo en las encuestas que distintos medios hacen al respecto- se ha de aplicar la sentencia bíblica de “ojo por ojo y diente por diente”. No todo en tal libro es “palabra de Dios” porque, si Dios existiera, se cubriría el rostro de vergüenza al ver las sentencias que se le atribuyen.

Como humanista profesional que soy, como escritor y como periodista con 50 años en el ejercicio de la profesión de “crítico informante”, ¡me opongo rotunda y contundentemente a ello! La Constitución en su artículo 3º. Así lo indica y los mandamientos de la Ley de Dios judeocristianos proclaman, llanamente y sin complicaciones: “No matarás”.

Felicito a la Corte de Constitucionalidad por salir de las cavernas nacionales y acceder a la luz de humanismo. Y, por lo mismo, de los Derechos Humanos.

8 de noviembre
Leo en algún medio matinal que el 13 de este mes será presentado un libro ¡al fin!, que recoge la poesía prácticamente inédita (aunque en este país con tanto analfabeta casi todo queda inédito, así decía Pepe Batres) de mí querido y entrañable amigo Otto René Castillo.

Conocí a Otto René el año de su muerte o uno antes. Frágil en apariencia –parecía hecho casi de brumas y vientos- era, sin embargo, más fuerte que un indoblegable roble. Quería yo –con otros, más bien con otra- fundar un grupo de teatro en la Municipalidad de Guatemala y me salió al paso –recién llegado de Leipzig- el poeta que, con César Brañas, comparte el más alto sitial de la lírica masculina del siglo XX. Y dirigió nuestra troupe que llevó el nombre de Grupo de Teatro Experimental de la Municipalidad de Guatemala. Comenzamos los ensayos de la obra que él eligió para llevar a escena (yo fui actor también lector que me sigue) y esa fue nada menos que “Madre coraje y sus hijos” de Bertold Brecht.

Quiso subir a la montaña -como decíamos entonces- y nos abandonó en el arranque. Se fue a inmolar como Jesucristo y como el Che Guevara.

Consternado, pero no acobardado, fui el único escritor periodista que lo despidió abiertamente. El resto, metió la cola entre las canillas y calló dentro de las sábanas de terror.

A cuatro columnas –y en este mismo medio- me publicó Clemente Marroquín Rojas (bragados si los hay) el artículo titulado: “Lo sincero en el poeta Otto René Castillo que ha partido para siempre”, dado a la estampa el viernes 23 de junio de 1967 ¡hace 50 años, medio siglo de su viaje a Estigia, que son los que está cumpliendo de muerto!, asesinado por Arana Osorio.

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