Eduardo Blandón

El problema de la corrupción en el país es que está tan asentada que combatirla tomará tiempo.  Por ello, los esfuerzos que hacen las instituciones como la CICIG y el Ministerio Público son paradigmáticos y de planteamientos tan fuera de serie que los corruptos y corruptores se sienten en aguas turbulentas.  Es una situación que los ofende y molesta porque les quita la previsibilidad de un futuro que se vislumbraba tranquilo.

Y nada es más crítico para la paz de muchos (si no que de todos) que la intromisión en los bolsillos.  Velásquez es odiado no solo por los negocios oscuros (delincuenciales) que ha impedido, sino por evidenciar la conducta corrupta de personajes que hasta hace poco se fotografiaban con Madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II o el mismísimo Dalai Lama.  Por ello, algunos afirman que la magnitud de las acusaciones del jefe de la CICIG contra los presuntos honorables no puede ser sino irrespetuosa.

Para los defensores del sistema, habría que perdonar las minúsculas debilidades de los funcionarios porque, por ejemplo, firmaron la paz o hicieron obra.  Que son bravucones o arbitrarios…  Esos son defectuelos de carácter que comparado con el servicio al país, el sacrificio, la entrega y la devoción, no son sino muestras de falibilidad humana.

Los defensores de la corrupción (que no son simplemente sus apologetas, sino parte de la podredumbre generalizada), quisieran tratar a la población como si fuera la masa inculta aludida por Ortega y Gasset.  Olvidan que la era de la información ha permitido, más que en otros tiempos, el acceso al conocimiento y el despertar de una conciencia crítica que se rebela contra los abusos de los sátrapas que desean seguir imponiendo su voluntad.

Ofendidos, no dudan en enarbolarse como los defensores de todo tipo de ideas que pueden ser atractivas para los espíritus distraídos.  Así, hablan de los enemigos como esos que “están contra la vida” (para atraer a la feligresía religiosa), los que no aman “nuestro país” (para seducir a los nacionalistas); los que “están contra los valores de la familia” (para unir a los que tienen problema “con la ideología de género”).  Tras esas posturas que presuntamente defienden, se esconde el pícaro en su ánimo por no pagar los abusos y la corrupción de la que es responsable.

La lucha contra la corrupción se encuentra en pañales.  Y sí es cierto que habrá que pagar el costo por recuperar la decencia del país.  Se trata de una empresa moral que es responsabilidad de todos.  Pasa por la conformación de un frente común contra la delincuencia, la unidad contra la corrupción de los mafiosos de cuello blanco, la exigencia por la reestructuración de un sistema que va más allá de lo cosmético.  Todo ello, supera el ejercicio de los corruptos que ahora nos gobiernan desde el Ejecutivo, en el Congreso y demás instancias cuestionadas en el aparato del Estado.

 

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