Alfonso Mata

La otra tarde, viajando para Jutiapa en el autobús, en compañía de jóvenes, adultos y ancianos de varios lugares; de clases y oficios diferentes y de quién sabe qué ideologías y credos, mientras esperábamos que nos dieran vía para proseguir el viaje, discutíamos sobre si el pueblo debe condenar o absolver los delitos y mal accionar de los funcionarios, una razón de nuestros males sociales. Algunos eran del parecer que eso se debe condenar siempre, sea cual sea la causa o pretexto que los mueva. Otros pensaban que esa situación se plantea siempre y que es mal inevitable; que ejemplos de ello existen a lo largo de toda nuestra historia.

En eso se puso de pie un joven honrado, coherente, buen trabajador, que estuvo encarcelado por un accidente de moto. Él intervino para declarar que la población pierde cuando se irrespeta a las autoridades y que gracias a ellos, la población la va pasando y no está peor y que por lo tanto, se les debe respetar y dejar en paz.

Ante el silencio que siguió, no me aguanté más, e intervine para decir lo que pensaba:

Un pueblo que espera que se dé la justicia a través de la corrupción, es un pueblo de miserables y rastreros; una generación innoble de siervos natos y perdonen, les alegué, la libertad y la justicia solo la consiguen los pueblos, a través de la lucha y no la esperen y la acepten como regalo ni del extranjero ni de la obra de los propios corruptos. La justicia que así se obtiene, es cosa frágil y sucia y se cambia fácilmente en servidumbre, en decadencia y en sentimientos viles y humillantes. La corrupción disfrazada de dádivas como la de los políticos, da siempre frutos negativos, tanto a quién se aprovecha de ella, como a quien la sufre.

Y continué diciendo:

Si no rescatamos la deslealtad, el honor, la justicia, el saqueo de bienes, de las inequidades de todos aquellos responsables de tirar al inodoro honradez y justicia y de las manos de aquellos que exaltan la y lo político sobre lo que es justo. Todos nos volvemos un tanto corruptos, pues nos volvemos responsables del mantenimiento de un status quo que permite violaciones y saqueos, y conviene evitar a tales gentes, porque son capaces de traicionar mañana, si la ocasión se presenta.

Y para terminar me dirigí al joven y le dije:

Si usted, afortunadamente soltero cuando cayó preso y con conectes para salir, no hubiera tenido nada de eso y si hubiera estado casado y su mujer se hubiera tenido que entregar en brazos del jefe de la Policía para comprar con su propia deshonra su libertad; usted al salir de la cárcel, hubiera pensado de otra manera, y lleno de vergüenza y coraje, se hubiera encerrado en su casa.

Dicho eso, la discusión se terminó. A los pocos días me encontré con aquel joven, me tendió la mano y me dijo:

Creo que la otra tarde usted tenía razón, pero no lo tome en serio, sólo era una charla de sobremesa.

Al despedirme de él, pensé que todo el problema se reduce a: desatrancar el inodoro de pensamientos y costumbres que tenemos y que no nos dejan actuar como debería ser por tanto prejuicio que llevamos en los intestinos.

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