Arlena Cifuentes
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Durante las semanas anteriores la coyuntura me subyugó de tal manera que pospuse el objeto en el que deseo centrar mi atención para aprovechar el privilegio de disponer de este espacio: El ser humano, la miseria interior; esos seres ante los que la sociedad, la iglesia, las instituciones públicas y privadas cierran sus ojos: ¡Los miserables!

No confunda el lector lo que deseo definir con esta expresión. No se trata de tener o no tener, no se trata de ser rico o pobre, como tampoco se trata de cuántos títulos puedan haberse acumulado, ya que el intelecto no nos hace menos miserables, se trata del interior del ser humano, del suyo y del mío, de esos vacíos que llevamos dentro y de las formas equivocadas como intentamos llenarlos.

Desde la edad de 5 años recibí de mi padre neurótico los primeros tomos de los clásicos de la literatura, recuerdo muy bien el tomo empastado de Don Quijote de la Mancha que en aquel entonces me pareció el libro más grande que podía haber imaginado. A esa edad leía y escribía a máquina, él se aseguró de que lo hiciera, el cómo no importa. El título “Los Miserables” vino a mi mente, no por la Novela de Víctor Hugo, sino porque calza muy bien con el objeto de estas líneas.

Durante mi niñez y adolescencia fue la lectura y nada más que la lectura el mecanismo de escape que Dios me brindó para evadir la realidad que vivía, una realidad de violencia física y emocional, recuerdo que llegar al final de una obra era sumamente doloroso y traumático, ya que me hacía enfrentar la miseria en la que me encontraba inmersa.

Con este preámbulo deseo introducirme al tema. Crecí escuchando a la gente adulta preguntarse todo el tiempo el por qué el hijo de fulanita es un ladrón, fue descubierto robando dinero de la caja fuerte de un Banco. Lo ininteligible era ¿por qué el hijo es ladrón siendo su madre una mujer honrada y trabajadora? Y así como este escuché un sinnúmero de comentarios, el más común: “pero si son hijos de buenas familias.” Intenté por mucho tiempo explicarme el significado de dicha frase: Gente trabajadora y con solidez económica, a ello puede agregarse o no la trayectoria de un apellido; es decir, si se era hijo de una familia con estas características tenía indudablemente que ser un buen hombre o una buena mujer. ¿Qué tal?

En una sociedad hipócrita como la nuestra no es nada del otro mundo continuar escuchando dichos cuestionamientos para los cuales la mayor parte de la sociedad parece no encontrar explicación alguna; y es que, la respuesta está directamente vinculada con la “miseria” personal de cada quien. Es la capacidad o incapacidad, la honestidad o deshonestidad con que cada quien quiera ver en su interior y en el interior de los que tiene cerca lo que le permitirá responderse el porqué de la delincuencia, las maras, las adicciones, la homosexualidad, los embarazos prematuros, la paternidad irresponsable, la violencia intrafamiliar, la orfandad y el abandono, el abuso sexual cometido por padres, hermanos, primos, abuelos; y es que en toda “buena familia” hay al menos un caso de estos últimos; así como, en todas y cada una hay “secretos” muy bien guardados, no es que todo lo anterior sea producto del mal clima, de un hechizo o de la mala suerte.

Esta es la miseria social e individual que aterra, que duele y que requiere la atención de todas las instituciones del Estado, las iglesias, el sector privado, de usted y de mí. ¿Cómo generar conciencia del flagelo que nos invade por dentro y que está presente miremos hacia donde miremos?

No es gratuito que tengamos un Congreso en donde prevalece la corrupción y la impunidad, no es gratuito que en el país haya una ausencia de verdadero liderazgo o una pasarela de presidentes como los que han “gobernado” en los últimos tiempos. Ellos llevan su miseria interior y la dejan entrever con su actuación. No importa la clase social a la que se pertenezca, de la miseria del alma se eximen pocos. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Cuándo y por qué se inicia este desastre? Una mujer a quien admiro mucho diría: “desde que Adán y Eva firmaron el acta de la independencia”. La pregunta importante que habría que hacerse es: ¿Cómo se alimenta, cómo se reproduce y cómo se multiplica? ¿En qué medida usted y yo hemos contribuido?

La identidad del ser humano se determina en sus primeros años de vida. La miseria interior del padre y la madre o las miserables circunstancias en las que le tocó nacer serán determinantes para trazar su identidad ¿Quién soy? Los comandos recibidos una y otra vez habiendo sido interiorizados son los determinantes en la vida de quienes nacieron puros, ingenuos, pero que hoy conforman la sociedad de los miserables.

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